viernes, 28 de diciembre de 2012

Single ladies.


Hace 6 años ella subía por las escaleras del colegio. Con sus rizos perfectos y sus finas manos. Apenas la veía cinco minutos al día y reconozco que no me caía nada bien. Con esos aires de chica presumida y rompecorazones. Pero faltó poco tiempo para darme cuenta de que estaba equivocada. Aún no era consciente de lo importante que iba a ser en mi vida.

Un campamento e inquietudes en común. El verano acabó y las cartas en hojas de cuadros llegaron. El año pasó entre apuntes y tardes de café. El odiado septiembre se presentó sin darnos cuenta. Ella empezaba la universidad. Lejos. Muy lejos. Y yo aún debía terminar mi último año de bachillerato. La distancia haría estragos. Eso pensaba yo.

Pero, con el tiempo, te das cuenta de que los kilómetros no separan si ambas personas no lo permiten. Al contrario. A pesar de que habíamos dejado nuestra ciudad y cada una hizo su vida lejos de la otra. Ahí estaba ella, en cada momento decisivo en mi vida. Y yo en la suya. El tiempo moldeó nuestro futuro entonces, ahora convertido en pasado. Pero fuimos nosotras quienes tomamos el mando y decidimos nuestro presente.

Estoy hablando de la chica de los ojos de gata. De la que bebe agua de valencia a pesar de los daños colaterales. Aquella que vuelve loco a cualquiera que se proponga. Que con unas cuantas copas le entra la risa contagiosa y no puede dejar de bailar. La que me agarra de la mano y da la cara por mí. Capaz de entender hasta el más raro de mis sentimientos. Siempre tiene la frase adecuada. Feliz con una hamburguesa a las 5 de la mañana y con los privilegiados que le arañan la cama.

Porque con ella la vida es menos complicada. Subidas a un par de tacones, rompemos la calle y vaciamos chupitos de tequila. Labios rojos y secretos compartidos. La ciudad se nos queda pequeña. Dos batidos y un billar. Un Madrid a medias. Destinos cruzados. 

Y un largo futuro juntas. Y, ya se sabe. Si son hermanos, mejor.