domingo, 27 de abril de 2014

Domingo de primavera perdida.

Ella sostenía el té caliente entre sus manos mientras miraba por la ventana. Fuera, la primavera se había detenido para que el viento y la niebla le adelantaran. Era un domingo de esos que el alma decide abandonarte por un rato y se instala a mirar la vida. Sopló para quitarse un mechón de la cara. Y recordó. Recordó cada grito y cada risa en esa calle. Cuántas veces se había girado en la esquina para retener aquel momento.

Ella ya no creía en amores de temporada y palabras hechas promesa. Pero seguía guardando la imagen de suspiros en el aire y siluetas a contraluz. Hace no mucho tiempo se había prometido a sí misma no volver a perderse. No al menos por una causa con nombre y apellido (s). Le gustaba saber que a pesar de todo había conseguido salir de aquella tristeza continua. Ahora tenía paz.

Mientras miraba por la ventana, también recordó aquella ilusión que unos meses antes paseaba por esa calle. Y la alegría al pasearla dada de su mano por primera vez. Entonces comprendió por qué tanto llanto antes de escuchar por primera vez su voz. Tenía que haber salido todo mal antes para que ahora todo estuviera bien.

Se le vino a la mente aquella parte de la canción de Funambulista: “Noviembre siempre triste y tú viniste proponiendo guerra”. No podía tener más razón. Entre noches de abrigo y tardes de café caliente, marcas de dientes y algún que otro arañazo, pasó el invierno. Y su melancolía.

Y volvió a creer.

Ahora ya no duda.


Y la certeza se sienta a su lado, muy cerca. Para mirar la vida con ella. 

viernes, 11 de abril de 2014

Espejo.

Hace una hora que me he despedido de ellas. Y hace cinco minutos que me senté en el suelo de mi cuarto con el ordenador encima. La maleta me espera abierta encima de la cama, dispuesta a alojar toda una semana lejos de aquí. Justo enfrente, el espejo me devuelve la mirada. Hoy he sentido la paz que únicamente unas amigas pueden darte en una noche cálida de viernes. Ni siquiera los recuerdos de algunas calles me han alterado mi tranquilidad. Quizá sea que el tiempo ha borrado las marcas que pretendían ser eternas en el escenario de la capital. Y ahora me parece algo tan lejano que no me reconozco en aquel sentimiento.

Quizá sea verdad aquello de que soy una chica correcta que una vez tomó una decisión equivocada. Vuelvo a mirarme al espejo. No, no es verdad. No soy una chica correcta. Ni siquiera mi sonrisa es correcta. Hace mucho tiempo que abandoné mi pretensión de perfección. Pero sí es verdad que tomé una decisión equivocada, entre otras muchas. Me perdí durante mucho tiempo, aunque luego ha resultado ser la única manera de encontrarme. Me rehíce, con paciencia y fuerza. Y ahora ya no quiero tener nada que ver con lo que aquella vez me hizo romperme.

Como una vez dije, vuelvo a disfrutar del aire de Madrid. De una bonita conversación, o de un helado en Plaza de España. Las miro a ellas y solo veo mi evolución. Como amiga y como persona. Como mini mujer. Son mi pequeño tesoro. Lo que he conseguido conservar en libertad. Aprendí a querer mejor y a volver a confiar. A mirar la vida por el camino de las metas. A contar los segundos que dura la felicidad en el estómago. A mirar mejor a quien mira mal.

La vida me ha hecho ver hace poco que siempre se puede abrazar con más fuerza para que el dolor se reparta. Que ya tengo dos hermanos más. Y un camino que hacer. Aún sigo echando la tristeza de mi cuerpo en forma de lágrimas, pero sonrío una vez haya terminado.

Vuelvo a mirarme al espejo. Y solo veo a la que no va a volver a rendirse tan fácilmente. A la que espera con ilusión esa boca que verá mañana. A la que tiene a las mejores personas a su lado. A la que sigue escribiendo, aunque siempre acaba pensando que no lo hace del todo bien, simplemente porque es la única manera de seguir viviendo.