NOTA: Hace
un tiempo que estoy por aquí, escribiendo lo que en mi corazón desborda. Y hoy
me apetece ofreceros una entrada diferente. Para toda esa gente que me lee
(aunque seamos poquitos), pero que lo hace de manera incondicional. Esta noche
voy a intentar hablar un poco de mí, más allá de lo que ya hayáis podido
interpretar de mis textos. Alrededor de un año, “La chica de los chicles”, a la
que leo desde hace varios años, me nominó a un juego de preguntas, pero la
verdad, no soy de hacer ese tipo de cosas. Y le pido disculpas, porque me hizo
mucha ilusión. A cambio, le dedico esta pequeña descripción de mí y de lo que
forma parte de mi mundo. Eso sí, espero que no lo quemes después de leer ;)
Eran las diez y diez de un diez de febrero, domingo. Y
nevaba. Justo el día en que le robaron el coche a mi padre. Y entre tanto caos,
nací yo. Creo que eso determinó, de alguna manera, que ahora sea obsesa del
orden. Hace 25 años que mi padre me sostuvo por primera vez en sus brazos. Era
tan pequeña que el médico decidió meterme en una incubadora porque pensaba que
podía tener algo. Y yo, la verdad, solo decidí nacer antes porque ya tenía
ganas de vivir. Nunca se me dio bien eso de estar quieta en un sitio.
Soy de una ciudad preciosa que poca gente conoce, pero en la
que casi todos tienen familia. Cáceres. Aquí he aprendido lo básico de la vida.
A caminar, a hablar (eso lo aprendí demasiado bien), a besar. Me he llevado mis
primeras decepciones, y también grandes alegrías. Me enamoré por primera vez en
una esquina que aún guarda recuerdos. También aprendí a luchar por mis sueños,
a forjarme una personalidad. A escribir.
Como muchos sabréis, a los dieciocho, Madrid se convirtió en
mi ciudad adoptiva. Una nueva vida lejos de mi familia y más cerca de mí. A la
capital le debo muchas cosas. Pero, sobre todo, la suerte de haber encontrado a
mi dos salvavidas. Volvería a repetir toda la aventura, si ellas volvieran a
ser mis actrices.
Después de cinco años de independencia, volví unos meses a la
ciudad que me enseñó a ser el origen de lo que ahora soy. Un cuerpo con mucha
más experiencia entre las cicatrices. Una periodista con el corazón en las
nubes, pero los pies en el suelo. Con ganas de contar las historias que nadie
cuenta pero que todo el mundo debería saber. Pero un tiempo después, la capital me
hizo un llamacuelga. Y tuve que volver, claro.
Me llamo Marta, y soy muy bajita. Bastante. Me salen pecas en
la cara cuando me da el sol. Odio los números impares. Tengo acento de encina. Y
siempre tengo las manos frías. Estoy obsesionada con viajar a Senegal. Tengo un
conejo que se llama Yilo y es una extensión de mí. Porque nos queremos
incondicionalmente. Tengo un hermano que tiene los ojos más bonitos de la
familia. Porque todo se lo quedó él en el reparto de genes. Canto fatal, aunque
hace tiempo bailaba. Y hasta lo hacía bien. La cosa que más me gusta en el
mundo es leer y, a veces, soy demasiado reflexiva, cosa que irrita bastante a
los que me rodean. Dicen que tengo una bonita sonrisa y que soy fuerte. Pero
frágil. Tengo tres tatuajes y soy adicta a la coca cola. Aunque recientemente
he descubierto la buena cerveza y el podio ha pasado a ser compartido. Ah, y
odio mi nariz.
Jamás he traicionado mis principios, aunque mi visión de las
cosas haya evolucionado. Adoro mojarme cuando llueve, y soy feliz con las cosas
más pequeñas. Tengo la ilusión de una niña pequeña y, en ocasiones, la seriedad
de un adulto. Pero el resto del tiempo estoy loca. Siempre he sido muy tímida,
pero poco a poco voy encontrando la manera de sentirme más cómoda entre tanta
gente desconocida. Quizá sea culpa de la persona que, desde hace más de dos años,
camina a mi lado. A pesar de la distancia.
Disfruto con un gin tonic y una buena conversación. Pero odio
las discotecas. Mi prenda favorita son los vaqueros y casi nunca me maquillo.
Estoy enamorada de la voz de Andrés Suárez, y me consta que no soy la única.
Siempre me han dicho que soy muy cabezona. Pero yo prefiero decir que tengo
tendencia a defender mi postura. Porque siempre he sido incapaz de aliarme con
la injusticia.
Tiendo a autocastigarme cuando mis sentimientos están
desordenados. Solo he amado dos veces. Y me he equivocado una tercera. Creo
firmemente que hay magia en las miradas y en la piel. Pero también que hay
mentiras disfrazadas de palabras bonitas.
Aunque, al menos, ya aprendí a diferenciarlas.
Creo que ya tenéis suficiente de mí en una temporada.
Perdonad el empacho. Al menos espero que os haya gustado la glotonería.
Ruego encarecidamente que os pronunciéis, os presentéis en
comentarios si os apetece. Y, de esta manera, podamos ir conociéndonos un
poquito más.
Nos seguimos leyendo aquí siempre que queráis.
Sonrisienta.