miércoles, 31 de diciembre de 2014

Brindemos.

Siempre pensé que los finales de año sirven para hacer balance de un trocito de tu vida, recordarla y archivarla. Para almacenar aquello que dolió y darle un bonito sitio a lo que nos marcó. Decir adiós como punto y aparte. Darle la vuelta a la página y comenzar un nuevo capítulo. Con la esperanza, claro, de que sea mejor.

Mi año 2014 puede resumirse en una sola palabra: contraste. He sentido el dolor más intenso, pero también he vuelto a recordar la felicidad más extrema.

Enero comenzó con nuevos sentimientos, conseguí que mi corazón se recompusiera del todo de las heridas que había arrastrado los meses anteriores. Me dejaba querer en un tercero sin ascensor, empezaba a hacer mío el tacto de las yemas de sus dedos. Sus ojos eran verdad y sus abrazos, casa.

Febrero me presentó a mi compañera inevitable: la distancia. Pero lo hicimos bien. Crecimos por separado y prosperamos juntos. Entendí, por primera vez, que el amor hay que cuidarlo. Que los comienzos siempre son bonitos, pero luego viene lo duro.

Marzo fue el agujero negro del año. El dolor me atravesaba el pecho izquierdo. Entonces odié los kilómetros que me separaban del abrazo que nunca pude dar. Y me tuve que conformar con susurrar un adiós tras un cristal. La vida, para entonces, me parecía muy injusta. Sufrí por mí y por los que me rodeaban. Me dolían sus miradas tristes, sus lágrimas retenidas.

Los siguientes meses fueron mitigando el dolor, aunque tuviera que hacerlo entre cuatro paredes. Rodeada de mil papeles, respirando varias veces cuando el agobio alcanzaba la garganta. Con las tazas de té amontonadas a mi alrededor. Pero una vez más, el esfuerzo trajo su recompensa. 

El verano me dio la oportunidad de obtener cierta experiencia laboral. Pero también me enseñó lo que de ahora en adelante debo defender. Mientras, la distancia empezaba a hacer mella en mí. Las noches se volvieron en mi contra, y me recordaban que las caricias seguían muy lejos. Mi debilidad empató a mi independencia. El paisaje de encina estaba demasiado lejos de mis ojos. La carretera se hacía demasiado conocida para mí. Todo fuera por ir a buscar los besos de reserva para las siguientes semanas. Y así, lo nuestro sobrevivía a base de provisiones.

Septiembre rompió el ciclo de mi vida en Madrid. Ya no había clases, ni universidad. Ya no veía aquellas caras de dormidas por la mañana. Y me di cuenta de que nos estábamos haciendo mayores. Sin darnos cuenta, cinco años habían pasado como cinco minutos.

Octubre pasó con los ojos cerrados y el ánimo recargado. Habíamos cerrado una etapa, debíamos emprender la siguiente. Y, la verdad, puse toda mi energía en ello.

Pero noviembre trajo un huracán de melancolía. Tantos años siendo fuerte me habían agotado. Necesitaba volver por una temporada a mi tierra. Una decisión difícil pero necesaria.

Así que diciembre puede resumirse en despedidas y cajas que guardan toda una vida en la capital. Cervezas con las mejores amigas del mundo, noches improvisadas, cenas en todos los rincones de Madrid. Billetes de ida y vuelta. Cafés con mucha espuma, noches de estudio. Épocas de exámenes en las que las ojeras son las protagonistas de nuestras caras. Y sus consiguientes fiestas. Amores y desamores. Pero siempre con ellas.

Acabo el año con muchas lecciones aprendidas y personas que se han ganado un nuevo lugar en mi corazón y en mi vida. Sigo siendo la sonrisa que se ilusiona con la cosa más pequeña, aquella que siempre acaba sacando las fuerzas de lo más profundo, aunque haya tenido que volver para recordarlo. Sé que, a pesar de todo, siempre hay nuevos comienzos después de cada final, por amargo que sea. Que siempre hay luz al final del túnel, y una mano a la que agarrarte. Y yo, tengo las mejores manos a mi disposición.

Al nuevo año solo le pido que la vida me siga dando oportunidades para crecer como persona, mucho amor para repartir y caminos que recorrer. Brindaré por la eternidad de los sentimientos, por el vello erizado y la magia en los ojos. 

Yo ya estoy preparada.


Adiós 2014. Hola 2015

viernes, 10 de octubre de 2014

Por qué tú.

  1. Por el cosquilleo que sentí al volver a verte en noviembre
  2. Porque eres el único hombre que me ve más guapa sin maquillar
  3. Porque cocinando juntos somos paz
  4. Porque el café siempre fue primero que el beso
  5. Porque, aunque a veces lo odie, me encanta que seas diferente
  6. Porque eres auténtico
  7. Porque eres un diamante en bruto que dejó de pulirse hace un tiempo, pero que aún le queda mucho para seguir esculpiéndose
  8. Porque a veces creo en ti más que en mí misma
  9. Porque me enamoré de tu voz.
  10. Porque eres risa
  11. Porque aun te intimido
  12. Porque me enseñas a apreciar el sabor de un buen gin tonic
  13. Porque, aunque no sepas vestirte, te queda bien cualquier cosa
  14. Porque eres mi barba pelirroja y mi gorro calado
  15. Porque me encanta verte conducir a una mano
  16. Porque, aunque odio que fumes, reconozco que estás sexy haciéndolo
  17. Porque a veces me hablas con la mirada
  18. Porque eres mi sonrisa cuando mis labios dejan de formar una curva
  19. Porque me soportas cuando ni yo misma lo hago
  20. Porque me relevas si me quedo sin fuerzas
  21. Por tus malos pelos
  22. Por tus mil lunares
  23. Porque llevas esa camisa negra mejor que nadie
  24. Porque conoces mis límites y los respetas
  25. Porque una vez me tocaste la guitarra de verdad. Por y para mí.
  26. Porque te pusiste nervioso la primera vez que quedamos. Y la segunda. Y la tercera…
  27. Porque eres mi calentador favorito
  28. Porque desde la primera llamada supe que venías para quedarte
  29. Porque los silencios a tu lado son cómodos
  30. Porque de ti aprendo a disfrutar de una conversación interesante
  31. Porque, aunque suene típico, me rompiste los esquemas
  32. Porque me encanta cuando me dices “bonita”
  33. Porque has sabido luchar como nadie contra los kilómetros
  34. Porque siempre me has mirado diferente
  35. Porque me preparas mi cola cao para que pueda dormir contenta
  36. Por todo lo que sientes por mí, que de no controlarlo mínimamente, desbordaría
  37. Porque eres mi pollito
  38. Porque soy la más feliz paseando agarrada de tu mano
  39. Porque ya no odias tanto Madrid
  40. Porque eres adorable cuando juegas con Yilo
  41. Porque vibras
  42. Porque somos totalmente opuestos pero perfectamente compatibles
  43. Porque tus abrazos son casa
  44. Porque las ganas se recargan cuando te espero en la estación
  45. Porque estoy segura de que podré seguir ampliando la lista

sábado, 27 de septiembre de 2014

Va de distancia y soledades.

Hay noches de soledad. Como esta.

Noches en las que todo se derrumba, te atrapa. Noches en las que intentas encontrarte a ti mismo. Pero lo peor es que no sabes en qué momento te perdiste. El silencio se alía con la lluvia. Y lo complica todo. Echa por tierra cualquier hallazgo, por minúsculo e insignificante que sea.

Las lágrimas se atascan en una esquina de los ojos. El nudo del estómago ya ha pasado a la garganta. Terrible dilema. Ha sido la mirada, empañándose, la que ha dado esta vez una tregua al corazón.

Maldita manía de expulsar la pena a través del agua salada.

La respiración por fin consigue relajarse y volver a un ritmo normal. El puño deja de hacer daño a la sábana. Se secan las pestañas.

Otro mar sin respuestas. Otro intento de preguntas equivocadas. O momentos equivocados. Estúpidas líneas de tiempo, que desordenan todo y alejan abrazos. Inútiles distancias, que intentan marchitar lo que acaba de florecer.


Porque, aunque seamos fuertes y resistamos, existen noches como esta para hacernos un poco débiles. 

jueves, 10 de julio de 2014

Rompecabezas.

A veces hacen falta noches así para encontrar las pequeñas piezas de tu rompecabezas.

Sé que no sé nada de la vida. Soy pequeña e insignificante para el gran mundo. Pero también sé que soy grande para algunas personas e importante para mi pequeño mundo. Con el tiempo mis aspiraciones descienden de altura y encuentran una meta, aunque no siempre sepan el camino a seguir. Y entonces dejo que sean mis pies los que me guíen, permitiendo a mi cabeza estar en la retaguardia.

Ya no expongo el corazón ante cualquier situación sin dejar que el sentimiento pase los filtros adecuados. Me he dado cuenta de que es absurdo intentar borrar personas de tu vida. Cada una de ellas llegaron en un momento determinado para enseñarte algo en concreto, aunque no siempre sea bueno y no lo entendamos hasta que el tiempo ha hecho su trabajo. Y quizá por eso se merezca que les dejemos formar parte de nuestros recuerdos, guardarles su sitio, archivarlos a una etapa. Y hacer colección de recuerdos bonitos y de lecciones aprendidas.

Los años me han enseñado que una sonrisa puede ser el arma más letal. Y una mirada, el inicio de una batalla perdida. Que hay te quieros que hacen funcionar la vida, y portazos que nos rompen un poquito más. Sé que llorar es el mejor desagüe del alma y que, de no hacerlo, nos ahogamos en nuestras propias penas. También creo en un destino, que juega con los encuentros inesperados y los convierte en manos entrelazadas. Creo en la magia de una noche cualquiera y en la piel erizada. Creo en las primeras veces.

Tengo fe en las buenas personas, en los asientos cedidos y en la palabra “gracias”. En las conversaciones interesantes y en las personalidades que vibran. Creo firmemente que un beso cose heridas. Y que hay caricias que maquillan cicatrices. Aún tengo la esperanza de una vida mejor, aunque solo sea en la mente de los ciudadanos. Quiero ser capaz de enfrentarme a la soledad estando acompañada. Ganar mi batalla interna. Y no solo desde fuera. 

jueves, 3 de julio de 2014

Noche superlativa.

Existen muchos tipos de amores. Muchas maneras de sentirlo y pocas de describirlo. Me pregunto si alguien puede abarcar con palabras lo que realmente significa. Si unas simples letras pueden recoger toda esa inmensidad. Quizá haya patrones que nos permitan identificarlo, saber que ya hemos encontrado lo que nos hace estar perdidos.

Aquello que pertenece a la física pero que reniega de ella. Es el estallido de absolutamente todos los poros de tu piel. La paz que se genera en un corazón que no deja de estar inquieto. Es el primer tacto de las yemas de los dedos. El momento exacto en que las bocas expiran al unísono. Son todas las caricias que empiezan en la piel y acaban en el alma. Es ir con el corazón abierto, pidiendo calma para que no se desboque.

Es aquello que nadie más puede darte, aunque no sepas exactamente lo que es. El insomnio de ver cómo duerme, cuando su espalda se convierte en el paisaje más bonito. Es aquella esfera de intimidad en la que no cabe nada más, ni siquiera más espacio del necesario. El último pensamiento antes de dormir, y el primero al despertarte. Es todo aquello que tiene que ver con la manera en que las miradas se sostienen.

Es respirar hondo y notar que el corazón está un poquito más lleno. Es su cepillo de dientes al lado del tuyo y su olor como el mejor perfume. Es tener la certeza de que no quieres mirar a nadie más. Son aquellos besos en la frente y los dedos entrelazados. Es la sonrisa que ha llegado para quedarse. Aquello que todo el mundo debería sentir, pero que nadie debería padecer.


Sigo pensando que es imposible dar forma a lo que nació sin ella. Aunque nos empeñemos en materializar aquello que transciende lo físico. Certezas de algo que es invisible pero sensible. 

Quizá sea la vida misma. O simplemente lo que siento al escribir esto.

miércoles, 14 de mayo de 2014

Escaleras.

Sea como sea, he bajado esas escaleras más veces de las que he pronunciado la palabra felicidad. Aunque esta calle lleve implícito ese sentimiento. En cada peldaño dejé una parte de mi vida, como si tuviera la necesidad de dejar constancia de mi existencia en forma de pisadas de un 36.

Salté de alegría cada tramo cuando traía las notas a casa y andaba a regañadientes cuando tenía que volver a la hora un viernes por la tarde. Sé que también las he bajado corriendo bajo la lluvia, huyendo del dolor de un desamor adolescente. Las he paseado agarrada a una mano durante más tiempo del que imaginaba en un primer momento y menos del que una vez pensé. Me han visto chillar de rabia y reír a carcajadas al lado de una niña rubia. Las he odiado cuando llevaba tres kilos de libros a la espalda. Y las he disfrutado muy lentamente mientras escuchaba mi canción favorita.

Veintiséis peldaños a lo largo de veintitrés años. Como una pasarela, ha sido testigo del nacimiento de mis curvas y de mi iniciación a los tacones. Ha sido mi gimnasio pasivo e involuntario. Y mi sitio de reflexión. El descenso de cada beso de despedida. El tramo donde se han quedado guardados mis deseos. Con barrotes o sin ellos. Y con esas pintadas en las paredes. Sin gente o con cientos de pisadas al día.


La subida de mi vida. La bajada de mi desaliento. 

jueves, 1 de mayo de 2014

Eres.

Jamás pensé que una sola persona pudiera ser tanto.

Eres aquella casualidad que se volvió causalidad. La sonrisa que enamora, los labios que callan. Eres la cara más bonita una mañana de domingo, los brazos que me abrigan por la noche y todo el amor que cabe debajo de la espuma de un buen café. Eres el descaro más tímido que jamás conocí, la mirada menos inocente. Eres una cara de cabrón convertida en corderito en tan solo dos segundos y medio.

Eres la camisa negra más sexy de toda la ciudad. El único gin tonic, lo más cierto en horas inciertas. Eres la cara de felicidad de un niño y la madurez repentina de un adulto. La foto más cani de cualquier servicio de trabajo, la persona más elegante detrás de un mandil. Eres el abrazo más necesario, mi voz preferida, el kilómetro más cercano. Eres el impulso que arrasa con todo.

Eres el sentimiento más puro, el acorde preciso, la lágrima siempre contenida. Eres el desastre más perfeccionista, el ukelele más flamenco. Eres el refugio detrás de cada huida, la parte proporcional de mi locura. El jazz más bonito de una noche de jueves, la única manera de entender la música.

Eres siempre un cigarro a medio consumir, la mano que nunca conduce. Eres la silueta de aquellos atardeceres, mi barba favorita. Eres un gorro calado por las calles madrileñas, una púa en un monedero. La mejor foto en blanco y negro, el pelo más despeinado. Eres el posible futuro tras las fronteras, mi vida y media.


Aunque con un simple ERES me vale

domingo, 27 de abril de 2014

Domingo de primavera perdida.

Ella sostenía el té caliente entre sus manos mientras miraba por la ventana. Fuera, la primavera se había detenido para que el viento y la niebla le adelantaran. Era un domingo de esos que el alma decide abandonarte por un rato y se instala a mirar la vida. Sopló para quitarse un mechón de la cara. Y recordó. Recordó cada grito y cada risa en esa calle. Cuántas veces se había girado en la esquina para retener aquel momento.

Ella ya no creía en amores de temporada y palabras hechas promesa. Pero seguía guardando la imagen de suspiros en el aire y siluetas a contraluz. Hace no mucho tiempo se había prometido a sí misma no volver a perderse. No al menos por una causa con nombre y apellido (s). Le gustaba saber que a pesar de todo había conseguido salir de aquella tristeza continua. Ahora tenía paz.

Mientras miraba por la ventana, también recordó aquella ilusión que unos meses antes paseaba por esa calle. Y la alegría al pasearla dada de su mano por primera vez. Entonces comprendió por qué tanto llanto antes de escuchar por primera vez su voz. Tenía que haber salido todo mal antes para que ahora todo estuviera bien.

Se le vino a la mente aquella parte de la canción de Funambulista: “Noviembre siempre triste y tú viniste proponiendo guerra”. No podía tener más razón. Entre noches de abrigo y tardes de café caliente, marcas de dientes y algún que otro arañazo, pasó el invierno. Y su melancolía.

Y volvió a creer.

Ahora ya no duda.


Y la certeza se sienta a su lado, muy cerca. Para mirar la vida con ella. 

viernes, 11 de abril de 2014

Espejo.

Hace una hora que me he despedido de ellas. Y hace cinco minutos que me senté en el suelo de mi cuarto con el ordenador encima. La maleta me espera abierta encima de la cama, dispuesta a alojar toda una semana lejos de aquí. Justo enfrente, el espejo me devuelve la mirada. Hoy he sentido la paz que únicamente unas amigas pueden darte en una noche cálida de viernes. Ni siquiera los recuerdos de algunas calles me han alterado mi tranquilidad. Quizá sea que el tiempo ha borrado las marcas que pretendían ser eternas en el escenario de la capital. Y ahora me parece algo tan lejano que no me reconozco en aquel sentimiento.

Quizá sea verdad aquello de que soy una chica correcta que una vez tomó una decisión equivocada. Vuelvo a mirarme al espejo. No, no es verdad. No soy una chica correcta. Ni siquiera mi sonrisa es correcta. Hace mucho tiempo que abandoné mi pretensión de perfección. Pero sí es verdad que tomé una decisión equivocada, entre otras muchas. Me perdí durante mucho tiempo, aunque luego ha resultado ser la única manera de encontrarme. Me rehíce, con paciencia y fuerza. Y ahora ya no quiero tener nada que ver con lo que aquella vez me hizo romperme.

Como una vez dije, vuelvo a disfrutar del aire de Madrid. De una bonita conversación, o de un helado en Plaza de España. Las miro a ellas y solo veo mi evolución. Como amiga y como persona. Como mini mujer. Son mi pequeño tesoro. Lo que he conseguido conservar en libertad. Aprendí a querer mejor y a volver a confiar. A mirar la vida por el camino de las metas. A contar los segundos que dura la felicidad en el estómago. A mirar mejor a quien mira mal.

La vida me ha hecho ver hace poco que siempre se puede abrazar con más fuerza para que el dolor se reparta. Que ya tengo dos hermanos más. Y un camino que hacer. Aún sigo echando la tristeza de mi cuerpo en forma de lágrimas, pero sonrío una vez haya terminado.

Vuelvo a mirarme al espejo. Y solo veo a la que no va a volver a rendirse tan fácilmente. A la que espera con ilusión esa boca que verá mañana. A la que tiene a las mejores personas a su lado. A la que sigue escribiendo, aunque siempre acaba pensando que no lo hace del todo bien, simplemente porque es la única manera de seguir viviendo. 

domingo, 30 de marzo de 2014

Adiós...

Creo que nunca sentí tal necesidad de escribir como ahora. Aunque no me haya atrevido hasta este momento. Han sido dos días duros, muy duros. Y el dolor ha sido tan inmenso que no puedo describirlo con palabras. Intentaré, sin embargo, dejar que sean mis manos unas simples intermediarias de lo que llevo dentro.

Quiero dirigirme a cuatro personas.

La primera ya está lejos de aquí, aunque nunca se irá del todo. Siempre ha demostrado que una sonrisa lo puede todo, que la vida es más bonita si va acompañada de un chiste, de una risa. Me gustaba ver cómo disfrutaba de sus hijos. Y cómo me decía “sobrina”, cada vez que me saludaba. Siempre con una mirada cómplice, con esa juventud que alegraba los días. Jamás imaginé que lo último que podría decirle era que ya le daría un abrazo cuando lo viera. Y me mata saber que nunca se lo pude dar. Un último adiós en un suspiro no me llega para darle las gracias por haber formado parte de mi infancia y mis comienzos en la fase adulta. Por su amor y su cariño. Por llenar en silencio el gran hueco que ahora ha dejado.

La segunda es una mujer fuerte, muy fuerte. La vida no se ha portado bien con ella, aunque sí le ha dado a un buen marido y dos niños maravillosos. Y una familia que jamás va a dejarla sola. Creo que nadie puede llegar a entender el dolor que se siente cuando pierdes a la persona que amas, al padre de tus hijos, al compañero que elegiste para vivir la única vida que tenemos. Ayer me di cuenta de que es mi ejemplo a seguir en la vida. Quiero ser capaz algún día de agarrar la realidad en la manera en que lo hizo ayer ella. Mi segunda madre, la culpable de mis manías extrañas. Que ni ella es consciente de cuantísimo la quiero y lo importante que es en mi vida.

La tercera es un hombrecito que estos dos días ha aguantado como un verdadero adulto. Con la cabeza bien alta y la entereza de un campeón. Aunque por dentro estuviera destrozado. Sin quererlo, se ha convertido en el hombre de la casa, en la esperanza de su nombre. Siempre responsable, con la constancia de quien seguro acabará teniendo éxito en lo que se proponga. Aún me duelen más las pocas lágrimas que ayer se permitió soltar que las mías propias.

El cuarto y último es tan solo un niño, que ayer dejó un poquito de serlo. Quizá lo peor de todo esto ha sido ver la ignorancia de su inocencia. Ajeno a lo que pasaba, con su carita de niño travieso. Será que él guarda el cariño que demostraba su padre y la capacidad de ver el mundo a través de una broma. La vida le ha arrebatado parte de su niñez. Tan solo le ha dejado disfrutar del amor de un padre ocho escasos años.

Creo que ayer todos aprendimos que la línea entre la vida y la muerte es más delgada de lo que pensamos. Que nos la pueden arrebatar en menos de lo que dura un pestañeo. Que la vida no es justa, que era demasiado joven. Pero también que vivir es un regalo, que hay que aprovechar cada segundo de nuestra existencia. Que la multitud de gente que se reunió para despedirle fue asombrosa. La mejor y única manera de demostrar lo buena persona que siempre fue, lo buen amigo y familiar que se pueda ser.

A medida que voy asimilando, mi dolor se va transformando. Como un intruso, se ha colado dentro de mí y me hace daño cada vez que se mueve intentando encontrar su hueco. Pero la imagen que quiero quedarme de él es contrario al dolor. Necesito recordarle con una gran sonrisa en la cara y el mejor de sus abrazos. Que él puede haberse ido, pero su cariño siempre seguirá dentro de mí. Y quizá marcado en mi piel.

Adiós tito. Te quise, te quiero y te querré siempre. 

miércoles, 26 de marzo de 2014

Consciente.

Empiezo a ser consciente de todo aquello que hasta ahora me negaba a ver. Hace unos pocos meses me dedicaba a dibujar imposibles. Ahora creo en la madurez repentina de una noche crítica, acepto cierta falsedad necesaria aunque no la tolere, me fío antes de una mirada que de una sonrisa. He aprendido que no siempre los abrazos abrazan, ni las palabras tranquilizan. Que el tiempo pone las cosas en su lugar, pero hay algunas que jamás acaban donde deberían. Que inevitablemente crecemos, aunque nos dejemos la piel en ese intento y nunca logremos ser adultos del todo.

La última lágrima que he derramado me ha hecho darme cuenta de que ojalá todas las veces que lloramos fueran de alegría. Que siempre va a quedar algo de nostalgia en el último rincón de nuestro corazón. Que el “siempre” y el “nunca” a menudo se utilizan al revés. Y que los años pueden cambiar nuestras maneras de ver el mundo, pero nunca nuestra esencia.

Después de tantas noches sin dormir y tazas de café amontonadas, el miedo se ha quedado a vivir en mi armario. Y de vez en cuando, le da por salir a hacerme compañía. Me pregunto qué fue de mi sonrisa permanente, de mi fuerza innata. Adónde fueron a parar aquellas promesas que me hice a mí misma, adónde la ilusión continua por sentir.

Soy consciente de los años pasados, de las nuevas marcas impresas en la piel y en el alma. Me descubro a mí misma tirando de la otra parte que se negaba a continuar. Mi cuerpo ha adoptado más de una nueva curva y mi sonrisa está ya a prueba de incendios. He amado, me he equivocado y he vuelto a amar. Me he dado cuenta de que hay bebidas que alivian ciertos dolores del alma, y canciones que expresan lo que jamás nadie pudo decir. Que siempre queda un refugio al final del túnel, una mano a la que agarrarte y una soledad que disfrutar.

Que irremediablemente la vida no va a parar y que debemos ser nosotros los que nos sincronicemos con ella.

Y con nosotros mismos. 

miércoles, 12 de marzo de 2014

Vidas.

Al día me cruzo con una media de veinte personas. Mis ojos se fijan en decenas de pupilas a lo largo de un trayecto de metro. Sostengo la mirada a cinco personas al menos desde que me monto en el cercanías. Cientos de sonrisas se cruzan conmigo en un solo mes. Por la calle, en el supermercado, en la cafetería. Gente que entra en mi vida unos segundos, para luego desaparecer. A la gran mayoría no vuelvo a verlos nunca más. A otros los veo cada día en mi rutina cotidiana. Pero se quedan en eso, en personas que no traspasan la línea de mi vida.

Unos pocos, sin embargo, han conseguido llegar un poquito más lejos. Alguno que otro ha llegado a despertar mi atención, aunque sea durante apenas unos minutos. Me he sorprendido con un bonito hoyuelo imprevisto o con unas palabras inesperadas. He disfrutado de una buena compañía en una noche de cervezas. He brindado con alguna que otra oportunidad rechazada. Y he esquivado promesas de papel.

Cientos de personas. Decenas de posibles.

Pero yo me fijé en ti. En tu sonrisa y en tu determinación. En la manera en que te girabas para escuchar uno de mis monosílabos. Recuerdo a la perfección aquella cara de golfo con uniforme. No pude evitar que mis ojos no pararan de mirarte de reojo. Y esperar disimuladamente a que me dijeras algo. No quería saber de ti, pero me fue imposible no nombrarte. Tampoco pude evitar enamorarme de tu voz. De tus maneras de sujetar el cigarro, de tus ojos llorosos, de tus silencios cargados de sentido.

Será que el primer suspiro del aire de Madrid me hace echarte de menos. O que ya me acostumbré a dormir con tus brazos como almohada. Puede ser que tenga demasiado grabada la imagen de los mil lunares de tu espalda agarrándome por el pasillo. O el eco de las palabras dichas en el momento preciso. Quizá sea que siempre vea tu hueco a mi lado antes de dormir, o la espuma que le falta a cada café que me tomo. Es posible que eche de menos el sol en tu cara una mañana de domingo, o tus besos en la comisura de un saludo ficticio. Puede que simplemente te eche de menos y punto.

Siguen pasando vidas por la mía. Algunas la rozan. Otras las sorteo.

Pero ninguna se queda.


Porque ninguna de ellas eres tú. 

sábado, 1 de marzo de 2014

Ellas.

Ya son cuatro años. Y vamos camino del quinto.

Son de esas pocas personas que, sin darte cuenta, se convierten en imprescindibles en tu vida. Y, entonces, sabes que da igual que se caiga el mundo, que ellas seguirán agarrándote de la mano. O se quedarán contigo en el sótano, por muy oscuro que sea.

Ellas son mi casa cuando estoy lejos de la mía. Son mi refugio, mis risas complementarias, las manos que secan mis lágrimas, los abrazos que recomponen mis pedazos. Ellas son las que matarían monstruos por ti, las que se quedan las últimas en las causas perdidas, aquellas que se apuntan a un bombardeo con olor a tres. Son mis razones para sonreír al destino, porque me dio las mejores amigas que se puedan tener.

Y da igual si llueve o el mundo se desmorona ahí fuera, que nosotras ya tenemos una botella de Bombay y un cuchillo para abrir la tónica. Que siempre conseguimos llegar a tiempo, burlándonos de cualquier bicho después de haber sido aplastado. Que no nos hace falta irnos al fin del mundo, que ya tenemos Salamanca a unas cuantas caladas y un ticket de parking.

En pijama. O con tacones. Con un panda destripado. O con un oso que huele a fresa. Cuando sus sonrisas iluminan la Gran Vía. O cuando nos comemos las penas en forma de tarta de dulce de leche. Cuando estallamos de risa con una cara de loco mal postureada. Cuando nos sujetamos el alma una noche de borrachera, o el café del descanso entre clases.

Vine hace unos años, aún no sé si para quedarme. Pero lo que sí tengo claro es que no me iré muy lejos nunca. 







Porque una parte de mí ya la tienen ellas. 


sábado, 15 de febrero de 2014

En el momento exacto de mi precipicio.

Llegaste en el momento exacto de mi precipicio. Sentada al borde de mi retórica emocional, pensaba que no había nada más debajo de mis pies que una vida llena de conformismo. Dejé huellas de barro en un camino que se llenó de malas hierbas en cuestión de unos pocos meses. Lo había dejado todo perdido, a su paso, ese huracán al que muchos llaman amor. Nada estaba en su sitio. Y mi corazón ya se estaba dilatando; se me agotaban mis maneras de querer. El género masculino se reducía a unos simples ojos que miraban a donde no debían. Para mí, ya no había medios, porque siempre justificaban los mismos fines.

Pero entonces, algo se encendió en una mirada y dos frases. Y creció a 300 km de distancia. Encontré una sonrisa complementaria y muchas ganas de sentir. Volví a disfrutar de una noche de velas y olor a tabaco. La diástole cogió ritmo a la sístole. Y montamos todo un concierto de armónicos en una cama de 90 en la que sobraba la mitad. Tu mirada y tus silencios eran más que suficientes cuando había algo importante que decir. Un amor sincero y bonito, expresado con lágrimas contenidas, cuando tus manos hacían sonar lo que decía tu corazón.

Mi nuca ya se hizo a tus suspiros y mi barriga a tus risas. No entiendo mi ciudad sin tu acento del norte, sin un café a media tarde. Que ahora miro la cerveza con posible espuma y los gin tonics con canela. Sigo dejando la cuchara dentro de la taza, pero me acuerdo de ti cuando doy el primer sorbo. Que los coches blancos ya me parecen menos feos desde que los conduces tú. Que ya no me queda ni un resquicio de duda cuando me sonríes con esa manera tan tuya de hacerme vibrar.


 Y que, sobre todo, he descubierto que mi felicidad no acabó hace dos noviembres, sino que volvió a empezar un día 30. 

martes, 28 de enero de 2014

Magia.

Creí haber olvidado lo que significaba la palabra magia. Tras tantas heridas sin cicatrizar, había alicatado mis sentimientos y encasillado mi sonrisa. Pero entonces llegó aquel día y esa pregunta extraña. Su forma de mirar se convirtió en mi objetivo y su voz en mi paz. Quizá fue su manera de darme la primera copa o aquel primer beso. Puede que fuera aquella lágrima contenida delante de una camiseta roja, o la manera en que me agarraba la mano para sortear a su gente. Él me devolvió la magia.

Café a café me fue reblandeciendo. Unos acordes de fondo y una vela se convirtieron en el plan perfecto de cualquier noche. El invierno me parecía menos frío si él me abrazaba. Se me encendió el alma cuando pronunció aquellas palabras y sentí de nuevo aquellas que había olvidado. Me devolvió el dolor de mofletes y la sonrisa permanente.

Magia es dormirme con su respiración en mi nuca y despertarme con su sonrisa de niño travieso. Magia es poder besarle entre risas, caminar de su mano y morderle en un descuido. Magia es todo aquello que tiene que ver con su manera de fumar y de conducir a una sola mano. Magia es disfrutar viéndolo hablar con tu gente o pidiendo un gin tonic. Y es entonces cuando siento que podría sentir eso toda una eternidad. Magia es pillarle mirándote sin querer o sus besos en la frente. La magia la forman sus silencios y los cinco centímetros de separación entre su boca y la mía. Magia es aquel abrazo en una terraza o el vaho de nuestras bocas en lo alto de una montaña. Magia es guardar su olor en mi almohada y su púa en mi monedero.


Magia es saber que sigue aquí, aunque ya se haya ido.



Only you

miércoles, 15 de enero de 2014

Imagina...

Imagina qué habría sido de nosotros si las cosas hubieran sido de otra manera. Lo mismo ahora estaría mirando esos ojos oscuros en vez de una pantalla de ordenador. Quizá tú habrías asentado la cabeza del todo, o al menos no tendrías necesidad de colgar tu ego por todas las redes sociales. Seguramente habría desafiado una vez más al mundo por estar a tu lado.

Seguiría viendo tu cara de niño chico ante mis magdalenas y llamando a las cosas por otro nombre. No tendrías que estar refugiándote en abrazos huecos y besos de media noche. Lo más probable es que volviera a escuchar el acento del sur con la misma alegría y esperaría el sonido del timbre para tirarme a tus brazos. Tu cepillo de dientes estaría ahora mismo al lado del mío y aquellas calzonas no estarían dobladas en el armario.

Tu respiración seguiría malacostumbrando a mi nuca y quizá pasaras tu mano por la nueva tinta de mi piel. Recordaría cada instante los hoyuelos que te salen al sonreír y dan fin a tu espalda. Recorrería medio Madrid de tu mano en busca de un Taco Bell. Me pondría en guardia, con los puños al frente, esperando a que me abrazaras. Quizá dormiría recordando el último beso, la última caricia o el último te amo.

Quién sabe.

Pero por suerte, no hay nada más que imaginación. Tus equivocaciones y tus miedos me dieron la oportunidad de seguir creciendo sin ti. Me abrieron los ojos y dieron la razón a todos aquellos que no apostaron por nosotros. Me recordaron que los hechos siguen pesando más que las palabras. Que tu mundo y el mío jamás podrían juntarse. Y que aquel que construimos estaba edificado sobre arenas movedizas. Tu solito te convertiste en una casualidad más de mi vida. No quedan ya finales que hablen de nosotros dos en una misma frase. Ni en tu idioma ni en el mío.