sábado, 27 de septiembre de 2014

Va de distancia y soledades.

Hay noches de soledad. Como esta.

Noches en las que todo se derrumba, te atrapa. Noches en las que intentas encontrarte a ti mismo. Pero lo peor es que no sabes en qué momento te perdiste. El silencio se alía con la lluvia. Y lo complica todo. Echa por tierra cualquier hallazgo, por minúsculo e insignificante que sea.

Las lágrimas se atascan en una esquina de los ojos. El nudo del estómago ya ha pasado a la garganta. Terrible dilema. Ha sido la mirada, empañándose, la que ha dado esta vez una tregua al corazón.

Maldita manía de expulsar la pena a través del agua salada.

La respiración por fin consigue relajarse y volver a un ritmo normal. El puño deja de hacer daño a la sábana. Se secan las pestañas.

Otro mar sin respuestas. Otro intento de preguntas equivocadas. O momentos equivocados. Estúpidas líneas de tiempo, que desordenan todo y alejan abrazos. Inútiles distancias, que intentan marchitar lo que acaba de florecer.


Porque, aunque seamos fuertes y resistamos, existen noches como esta para hacernos un poco débiles.