jueves, 28 de febrero de 2013

Una vez alguien escribió esto...



"Amistad.
Inconsciente complicidad, automática simpatía, instintivo afecto, desinteresado interés.
Involuntario sentimiento.

Sin embargo, como propiedad humana, no goza de perfección alguna. A veces nuestra propia testarudez e ignorancia hace que se tambalee. Nosotras, que analfabetas erramos y nos equivocamos en nuestras decisiones decidimos abdicar de inmediato de nuestro trono de soberbia gracias a un siempre presente insomnio de culpabilidad.
Sí, se tambalea, cual acróbata, pero nuestra red fuertemente entretejida por años y experiencia es mucho más fuerte que cualquier malla de circo. Estoy convencida.

Es por ello que, aunque nuestros caminos se bifurquen, vosotras me persuadís día a tras día para seguir siendo AMIGAS EN LA DISTANCIA"


Y ese alguien desapareció.

martes, 19 de febrero de 2013

Fold it.


La ciudad continúa su ritmo. Y ellos, en aquella pequeña habitación se mantienen la mirada. Ella, demasiado frágil, contiene las lágrimas y aprieta los labios. Él, con las manos en los bolsillos adopta un gesto neutro, mostrando la mínima expresión posible. Se miran, pero no se reconocen.

Las manecillas del reloj de la mesilla suenan cada vez más fuerte y su sonido se hace con el silencio de aquellos minutos que duran una eternidad. Por un momento pierden la noción del tiempo y analizan aquello en lo que se fijaron esa lluviosa tarde de noviembre.

Los ojos de ella ahora están tristes, nada que ver con la mirada expresiva de aquel día. Y su sonrisa está oculta bajo esos gruesos labios que se mantienen firmes, intentando temblar lo menos posible. El magnetismo de él se ha evaporado, quizá en la boca de otra. Y se quedan ahí, frente a frente, con un abismo de separación. Tan diferentes, tan incompatibles.

Ella siente un nudo inmenso en la garganta, no le deja respirar y apenas es capaz de contener el llanto. Y desvía la mirada. Un escalofrío le recorre el cuerpo y se acuerda de los consejos que nunca quiso escuchar. De los dos mundos. De la barrera invisible. Pero también se acuerda de esas manos entrelazadas al borde de la cama y de las palabras que aún le sonaban extrañas.

Y entonces le devuelve la mirada. Él sigue inmóvil, en la misma posición y con esa expresión tan fría impropia de él. ¿Cuándo dejó de ser aquel chico de hace un par de meses? Esos ojos tan carentes de significado ahora le hacen daño. Como dardos que se clavan en su pecho. Ya no puede contenerse más y echa a llorar. Se abraza a sí misma y se deja caer al suelo.

Él se inclina hacia ella y le levanta la cabeza por la barbilla. Pero ella no quiere su compasión, no le vale su interés de alquiler. Le aparta la mano con rabia y aprieta los dientes. Se ha caído. Y no quiere levantarse. 


No con él. Ya lo hará sola. Algún día... 


miércoles, 13 de febrero de 2013

Non plus.

"Amor" o la historia de cómo afrontar las dificultades junto a la persona que has elegido. Coges las palomitas, te acomodas en el asiento y te preparas para resistir los latigazos emocionales que vas a recibir durante dos horas. Te golpea directamente desde la pantalla, mostrando la cruda realidad, sin adornos. Y entonces te das cuenta de lo difícil que es aquello que llaman amor. 

Hay 7 mil millones de personas en el mundo. Una de la que te enamoras. Y de la que debes ser correspondido. Si ya es difícil eso, que dure lo es aún más. Y que perdure para siempre es casi imposible. Toda una vida para encontrar a la persona adecuada. Pero, ¿existe esa persona adecuada? 

Muchas personas sufren por un (des)amor, pero pocas conocen lo que es ser realmente amada. Y es en este caso cuando realmente se sufre. No se puede explicar con palabras el dolor que se siente al no poder corresponder a aquella persona que daría hasta la vida por ti. Lo diste todo, te abriste por completo, pero el amor se apagó, lentamente y sin avisar. Y buscas olvidar que nadie va a volver a quererte de la misma manera, que has desplazado de tu vida a quien más te ha amado. Y sabes que acabarás enamorándote de nuevo, de alguien que no daría ni la mitad por ti. Este es el dolor más inmenso. 





Espero no llegar a ser nunca Anne, porque George ya no está en mi vida. 

domingo, 3 de febrero de 2013

Tan solo necesitaba su sonrisa para iluminar el mundo.


Entre toda aquella gente parecía frágil. Sentada en el borde de aquel enorme sofá miraba al tumulto concentrado en esa habitación. Eran tan diferentes a ella… Las chicas, casi todas con vestidos cortos y tacones de vértigo. Ella, con unos jeans ajustados y una camiseta de tirantes. Esta vez sí se había puesto tacones, para intentar pasar un poco más desapercibida. Pero tratándose de ella, era una misión imposible. Sus ojos color caramelo remarcados con el eyeliner y el rímel, cautivaban a aquel despistado que se quedaba mirando dos segundos más de la cuenta. Su pelo largo y castaño contrastaba con su aire inocente, dándole un toque irremediablemente sensual cuando se lo acomodaba a un lado del cuello. Su cuerpo tampoco podía pasar desapercibido. Sus curvas de lady hacían que un simple vaquero y una camiseta resaltaran más que cualquier vestidito de las chicas de su alrededor. Pero lo que realmente la hacía especial era esa mueca que dibujaba con sus labios carnosos. Con una única sonrisa era capaz de parar en seco a cualquier hombre que se cruzara con ella. No había manera exacta para describir las sensaciones que producían ese mágico gesto que, por suerte, lo mostraba muy a menudo.

Sin embargo, en medio de esas personas desconocidas no se sentía lo suficientemente cómoda para sonreír sin ningún motivo aparente. Su único motivo y por el cual había llegado allí había ido a fumarse un cigarro. Ladeó la cabeza intentando buscar su silueta, todo lo que sus miopes ojos le permitían enfocar. A lo lejos, divisó su inconfundible figura. Una espalda ancha, y un torso firme, escondido bajo un jersey de lana gris. Sus vaqueros desteñidos y sus botines le daban aun más ese aspecto de tipo duro inherente a él. En su mano sostenía el tabaco, mientras espiraba humo de la manera tan natural con que los fumadores habituales lo hacen. Hablaba con una chica un poco más alta que ella, una de las que llevaban esos ridículos vestidos apretados y un maquillaje estridente, a pesar de que ni su cuerpo ni su cara lo permitían. Él parecía forzado en mostrar atención a lo que la muchacha llamativa le contaba. Aparentemente aburrido, giró su cabeza y sus miradas se cruzaron. Ahora es él el que esboza una sonrisa. Y a ella se le paraliza el corazón.

A su mente le viene de repente el primer día que le vio y aquel arqueo de cejas que se le quedó grabado. Y cae en la cuenta de lo radicalmente diferentes que son. Mira a su alrededor de nuevo. No está acostumbrada a nada de esto. Este no es su mundo. En su ambiente, las chicas llevan elegantes atuendos, se maquillan de una manera sutil y hablan discretamente y, por supuesto, no bailan de esa manera. Siente que está entre los dos mundos, perdida. Divisa la mesa donde están las bebidas y se acerca a por un vaso. Se sirve un gin tonic y le da un sorbo largo. Esta noche no quiere pensar. Lleva mucho tiempo dándole vueltas a cosas inútiles que no tienen solución aparente y desea dejar su mente en blanco. Le da otro trago. Esta vez más largo. Sin darse cuenta ya se ha bebido la mitad de la copa. Un chico se acerca a hablarle y ella, esquiva, se da la vuelta sin dirigirle la palabra. Repite el proceso con los otros tres chicos más que han reparado en ella.

Tras dos copas más en tan solo un cuarto de hora, su vista no enfoca más allá de dos metros. El cuarto chico le arrebata la copa sin mediar palabras. Ella se da la vuelta, dispuesta a reprender a ese insolente. Pero se topa con unos ojos marrones que la miran fijamente. Esos ojos marrones.

-          No sabía que bebías… y menos de esa manera

-          ¿Y por qué no voy a poder beber?

-          No es que no puedas, es que no te pega

-          Pues yo quiero que me pegue. Aquí desentono si estoy sobria. Dámela.

Él aleja aún más el vaso de su alcance. Y acerca su cara a la de ella.

-          ¿Y qué hay de malo en ser distinto?

-          En que parezco una mosquita muerta entre todas estas mini faldas

Él estalla en carcajadas.

-          A mí me gustan las mosquitas muertas

Ella entorna los ojos para poder ver con claridad. Se siente mareada y su cabeza empieza a darle vueltas.

-          Pues yo me siento estúpida. ¿Para qué me traes aquí si no quieres que me comporte como una de ellas?

-          Para que les demuestres que no hace falta ser como ellas. A ti no te hace falta ponerte esa ropa, ni insinuarte. Basta con que sonrías como me hiciste a mí aquel día.

Aun más mareada, aprieta los labios y hace una graciosa mueca de falso enfado. Nunca se acostumbrará a las maneras de este chico. Duro y sensible a la vez, seguro de sí mismo, con un atractivo indiscutible. Él esboza una sonrisa sincera y le guiña un ojo.

-          Mejor, pon esos pucheritos que como sonrías aquí dentro tengo que pelearme con unos cuantos.

E irremediablemente, sonríe. Como tan solo ella lo hace. Él deja la copa en la mesa y la atrae hacia sí. Huele a tabaco y a su peculiar perfume. Y por una vez se olvida de todo lo demás. De que está en medio de gente de la que nunca formará parte. Por suerte. Y se pierde en el mareo de su beso. Frágil pero decidido.