martes, 31 de diciembre de 2013

Llegó el día.

Hoy llegó el día en el que solo por unos minutos me permito mirar atrás para hacer balance de todo un año. Me paro y me doy la vuelta. Algunas cosas quedaron muy atrás, así que fuerzo mi vista de miope y logro enfocarlas.

Mi querido 2013 empezó atravesado, con dolor en el alma y grietas en los labios. Mi vida había dado una vuelta completa y me había dejado de lado. No sabía volver a mi posición inicial y no conseguía encontrar ninguna nueva postura. Pero pronto aparecieron unas nuevas manos que intentaban agarrarme el alma y curarme las grietas. Quizá todo lo que alcanzo a recordar de aquella época sean fragmentos aislados, retazos de un sentimiento que se volvió hueco. El amor crecía entre chupitos de 43, una cama de 90 y garabatos en hojas de papel. O lo mismo era simplemente fuego que engañaba a nuestros sentidos. Aunque, a día de hoy, aún puedo jurar que a mí se me encendió la vida con esos ojos oscuros.

Pero llegó el invierno en forma de verano y el miedo se hizo su mejor amigo. Dejó de agarrar mi mano para coger la suya. Las grietas volvieron a aparecer cuando decidió esconderse del todo. Esa absurda lucha de egos donde no reconocimos lo que sentimos y hacernos los fuertes solo consiguió destruirnos. La historia, tras demasiadas vueltas, terminó como cualquier cuento recreado en la mente de una adolescente. Yo volví a mi mundo y él se acomodó de nuevo en el suyo. De sus besos del sur aprendí todo lo que no quiero, lo que jamás quise y lo que no volveré a repetir nunca más. Que un amor no puede tener límites, ni ser medido en números de “te amo”.

Admito que durante este año cometí errores, aunque esa persona haya sido lo opuesto a un error. Me refugié en sentimientos pasados, sin darme cuenta de que ya estaban muertos y enterrados. Revolví la tierra y profané mi tranquilidad. Por posarme en labios que una vez amé, mi vida volvió a desestabilizarse. Aún más. Los mismos, pero ya diferentes. En un tiempo que ya no nos correspondía, con los corazones remendados. Sufrí e hice sufrir, sin querer. Tenía los ojos cerrados y el alma de nuevo abierta. Pero yo ya estaba desgastada. No pude devolver todo el amor que él me dio cuando yo apenas era una niña. Cuando le entregué mis curvas y mi cama le llamaba cada noche. Me desperté un día y descubrí el horror de que ya no le necesitaba, que había llegado el punto final. Sin los dos puntos siguientes.

A ti, que ahora estás en mi presente, te hablo en segunda persona. Siempre dije que las casualidades cuando se repiten más de una vez dejan de serlo. Y se convierten en causalidades. Hay un tiempo para dejar que pasen las cosas y otro para hacer que ocurran. Y eso es exactamente lo que pasó cuando te conocí. Entraste de frente, directo. Sin darme cuenta, tocaba la felicidad en un tercero sin letra. Con unos acordes de fondo y varias velas encendidas. Tu descaro me devolvió la sonrisa que había perdido y tus manos, la esperanza. No imagino mejor manera de terminar el año si no es a tu lado. Aunque me ilusiona más la idea de comenzar uno nuevo.

Quedan apenas cuatro horas para decir adiós a todo un año, experiencias vividas, dolor, alegrías y lecciones aprendidas. Que esta vez no quiero planear nada para el próximo. Simplemente quiero vivir. Con los pies en el suelo y el corazón en las nubes.


Bienvenido 2014.