Se va consumiendo la vida.
Como esta vela que tengo a mi derecha.
Y estos recuerdos que tengo a mis espaldas.
Olor a tiza, a lluvia y a encina.
Se van consumiendo los minutos en mi boca.
Y en tus pestañas.
El cielo se ha vuelto gris de nuevo. Mi mente me pide una
tregua.
Para que deje de martirizarme. Aunque sea solo dos segundos y
cuarto.
Pero el silencio es a veces soga que aprieta. Y apenas deja
gritar para salvarte.
Como una mota de polvo en el ojo. Incómoda. E inapreciable.
Se va consumiendo la ilusión que una vez cosí. Hilo a hilo.
Desaparece entre mis dedos sin que yo pueda hacer nada.
Porque la nada me ha llevado a esta habitación vacía.
Donde sobra todo, menos tú.
Voy añadiendo a mi lista de frustraciones cada minuto desperdiciado en pensar sin llegar a ninguna solución.
A dar rodeos a una vida que no sabré nunca si llegará.
Supongo que esto es empezar a ser adulta.
A dejar de lado ciertos anhelos y agarrarse a la realidad.
Pero yo, ignorante y
diminuta, no soy capaz de avanzar entre la mierda.
En este mundo donde yo no elegí vivir.
Rodeada de contaminación y falsas felicidades.
Donde se critica lo que se impone.
Y te arrastran a ser lo que no puedes ser.
Quizá no estoy hecha para ser manipulada.
O estoy triste porque sé que lo estoy siendo.
Aunque ambas afirmaciones, en realidad, son lo mismo.