martes, 31 de diciembre de 2013

Llegó el día.

Hoy llegó el día en el que solo por unos minutos me permito mirar atrás para hacer balance de todo un año. Me paro y me doy la vuelta. Algunas cosas quedaron muy atrás, así que fuerzo mi vista de miope y logro enfocarlas.

Mi querido 2013 empezó atravesado, con dolor en el alma y grietas en los labios. Mi vida había dado una vuelta completa y me había dejado de lado. No sabía volver a mi posición inicial y no conseguía encontrar ninguna nueva postura. Pero pronto aparecieron unas nuevas manos que intentaban agarrarme el alma y curarme las grietas. Quizá todo lo que alcanzo a recordar de aquella época sean fragmentos aislados, retazos de un sentimiento que se volvió hueco. El amor crecía entre chupitos de 43, una cama de 90 y garabatos en hojas de papel. O lo mismo era simplemente fuego que engañaba a nuestros sentidos. Aunque, a día de hoy, aún puedo jurar que a mí se me encendió la vida con esos ojos oscuros.

Pero llegó el invierno en forma de verano y el miedo se hizo su mejor amigo. Dejó de agarrar mi mano para coger la suya. Las grietas volvieron a aparecer cuando decidió esconderse del todo. Esa absurda lucha de egos donde no reconocimos lo que sentimos y hacernos los fuertes solo consiguió destruirnos. La historia, tras demasiadas vueltas, terminó como cualquier cuento recreado en la mente de una adolescente. Yo volví a mi mundo y él se acomodó de nuevo en el suyo. De sus besos del sur aprendí todo lo que no quiero, lo que jamás quise y lo que no volveré a repetir nunca más. Que un amor no puede tener límites, ni ser medido en números de “te amo”.

Admito que durante este año cometí errores, aunque esa persona haya sido lo opuesto a un error. Me refugié en sentimientos pasados, sin darme cuenta de que ya estaban muertos y enterrados. Revolví la tierra y profané mi tranquilidad. Por posarme en labios que una vez amé, mi vida volvió a desestabilizarse. Aún más. Los mismos, pero ya diferentes. En un tiempo que ya no nos correspondía, con los corazones remendados. Sufrí e hice sufrir, sin querer. Tenía los ojos cerrados y el alma de nuevo abierta. Pero yo ya estaba desgastada. No pude devolver todo el amor que él me dio cuando yo apenas era una niña. Cuando le entregué mis curvas y mi cama le llamaba cada noche. Me desperté un día y descubrí el horror de que ya no le necesitaba, que había llegado el punto final. Sin los dos puntos siguientes.

A ti, que ahora estás en mi presente, te hablo en segunda persona. Siempre dije que las casualidades cuando se repiten más de una vez dejan de serlo. Y se convierten en causalidades. Hay un tiempo para dejar que pasen las cosas y otro para hacer que ocurran. Y eso es exactamente lo que pasó cuando te conocí. Entraste de frente, directo. Sin darme cuenta, tocaba la felicidad en un tercero sin letra. Con unos acordes de fondo y varias velas encendidas. Tu descaro me devolvió la sonrisa que había perdido y tus manos, la esperanza. No imagino mejor manera de terminar el año si no es a tu lado. Aunque me ilusiona más la idea de comenzar uno nuevo.

Quedan apenas cuatro horas para decir adiós a todo un año, experiencias vividas, dolor, alegrías y lecciones aprendidas. Que esta vez no quiero planear nada para el próximo. Simplemente quiero vivir. Con los pies en el suelo y el corazón en las nubes.


Bienvenido 2014.

viernes, 29 de noviembre de 2013

A veces, sucede.

A veces, sucede que te olvidas del resto del mundo por un corazón medio cerrado. Solo piensas en unos únicos labios, aunque ya sea por costumbre. Y no ves que fuera hay mil más que no tratan de mentirte. Y si lo hacen, no con tantos adornos.

Y entonces pasa, que vuelves a respirar el olor del cigarrillo de otra boca, a mirar a unos ojos transparentes con más humildad de la que te ofrecía aquella mirada oscura. Y vuelves a disfrutar del aire de una noche cualquiera de Madrid, a pensar más en ti misma. Y te das cuenta de que has perdido mucho tiempo en la persona equivocada, aquella que no estaría dispuesta a dar lo mismo que darías tú. A disfrutar de los hoyuelos que aparecen cuando te ríes, a la forma de tus caderas al andar, a verte igual de guapa recién levantada.

Dicen que las mejores ocasiones ocurren cuando menos las esperas, que para ser feliz tienes que aprender a disfrutar de esas pequeñas cosas. De una canción en un momento preciso, del sabor de una cerveza bien fría, de sonrisas fugaces y miradas fijas. Que vivir es paradójicamente eso, vivir. Caer, levantarte, saber disfrutar de tus triunfos y sacar afuera tus fracasos, mantener a la gente que realmente te quiere en tu vida y a la que no está dispuesta a luchar por ti, dejarla ir.


Que siempre va a haber alguien ahí fuera dispuesto a devolverte la sonrisa que alguien te quitó.


domingo, 17 de noviembre de 2013

Del que eras al que ya no encuentro.

Cuando te vi por primera vez creí en tu sonrisa, franca y sincera. Más tarde empecé a creer en ti. Tu mirada de tipo duro consiguió reblandecerme hasta que mis promesas de abandonar se acababan por diluir. Me gustaba pensar que era el destino el que te puso en mi cocina. Ahora sé que simplemente fue una casualidad más, de esas que se cuelan en tu vida. De las que quedan en eso, en una cosa más para contar. Vueltas de la vida.

Ahora, ya no creo en nada. Recuerdo cada uno de los consejos que nunca quise escuchar. Lo de los dos mundos y lo diferentes que éramos. Sabía perfectamente lo que podía perder y lo que ponía en juego. Y aun así vi algo en ti que ahora no encuentro. Decidí arriesgar y apostar por ti. Por nosotros. Pero perdí. Y ahora te miro y no te reconozco. De aquel chico solo quedan las fotos olvidadas y un cigarro a medio consumir. 

Intento repasar las razones que una vez me llevaron a quedarme a tu lado. Pero ya no las encuentro. O no las entiendo. Procuro recordar a aquel que una vez me enamoró, pero se perdió entre sus propios miedos. Ya no queda nada entre tus intenciones iniciales y tus excusas absurdas. Ya me cansé de esperar. Contra tu inconsciencia, murió mi paciencia.


No quiero estar entre lo que éramos y lo que podríamos haber seguido siendo. Ya me rindo. Te dejo en tu mundo, ya no quiero mejorártelo. Tienes camino abierto a vivir tal y como en un futuro te arrepentirás. Pero entonces será demasiado tarde. 

viernes, 11 de octubre de 2013

Hasta aquí.

Si algo duele más que perder una batalla es perderla en un campo en el que no deberías haber entrado nunca. Será esa manía de tropezar una y otra vez en la misma piedra. De avanzar con los ojos cerrados y el corazón abierto. Hasta que un día decides abrirlos. Y el corazón se cierra solo.

Hasta aquí las promesas que nunca se cumplieron, esa frase tatuada en la que nunca creíste y los besos que nunca nos dimos. No quiero seguir dando todo por quien no da nada. A la mierda tu inestabilidad y tus te quieros de papel. Nunca llegaste a comprender que no puedes tratar por igual a quien te trata diferente, que esto no era otro juego más en el que dos tontos echan un pulso a la suerte.

Algún día aprenderás que las oportunidades rara vez se repiten. Que luchar no es una opción, sino una necesidad. Te darás cuenta de la diferencia entre tener clase y aparentarla. Que una mirada revoluciona más que las faldas que has subido. Que la vida no funciona como tú piensas y, desde luego, no como tú la vives.

Abandono esta estúpida manera de hacerme daño. De esperar a que un día reacciones, y me demuestres que realmente valía la pena. Abandono tu risa y aquel martes de fútbol. Tu mirada y tus manos cálidas. Te dejo mitad de Madrid y la pizza en el horno. Pero llévate tu capacidad de hacerme vulnerable, tus palabras bonitas y tu acento del sur. 


All I wanted was to break your walls, 

all you ever did was break me.


jueves, 26 de septiembre de 2013

Infierno sostenido.

Hace tan solo unos meses pensaba que aquel fuego era el verdadero amor. Ahora sé que simplemente es fuego, te quema y nada más. Y tras mil batallas perdidas en campos de incertidumbre decidí chamuscarme en una cama de 90 y una cachimba a medio consumir. Aprendí que se puede sobrevivir chamuscándote un miércoles y revivir un domingo a su lado. Que sus besos me hacían tropezar, pero eran los únicos capaces de levantarme.

Sigo sin entender esa manera tan nuestra de autodestruirnos. En el fondo no somos más que dos imanes que intentan juntarse por el lado que se repelen. Puede ser que esa sea la única manera que dos personas tan opuestas puedan mantenerse (juntas). Sin pensar en las consecuencias dos pasos más allá del portal. Y, sobre todo, quizá sea el único modo de no estropear con palabras lo que creamos con caricias.

Miro a la ventana, el invierno se acerca y, con él, el frío. Puede que nuestros corazones ya estén congelados pero mi cuerpo aún lo mantienen caliente sus manos. Como una cerilla que centellea por última vez antes de consumirse. A lo mejor es un intento desesperado de mantener aquello que acabó hace tiempo. Un infierno sostenido.

Lo que sé es que quemarme es la única manera de mantenerme viva, aunque ya nos estemos quedando sin leña.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Crónica de un sentimiento.

Me gustaría coger el teléfono para decirte. Para contarte todo aquello que ahora dudas. Todo lo que llegamos a ser y nunca nadie podrá alcanzarlo. Algo que nadie entenderá. Por lo que se reirán de ti, acusándote de engrandecer aquello que nunca experimentarán.

Fuiste mi primer gran amor. Aquel que solo se tiene una vez en la vida. El que miras con los ojos cerrados y el corazón en la mano. Con el que no tienes miedo a caer o a subir a lo más alto. El mundo a nuestro alrededor desaparecía y solo quedábamos los dos. Y tus manos recorriéndome la espalda. Dejamos de pensar con la cabeza y seguimos nuestros instintos. Los mismos que han hecho que hoy sigamos por caminos diferentes.

Un simple abrazo tuyo o una caricia me daban la vida. No me importaba perder el tiempo si era a tu lado. Lo hicimos todo juntos. El amor también, por supuesto. De la manera más bonita que uno se pueda imaginar. Cuando deja de ser sexo y se transforma en algo mágico, que transciende lo físico. Nos acariciábamos el alma y la vergüenza.

A tu lado aprendí a dejarme querer y a confiar. Olvidé lo que era sentirse sola y me acostumbré a dormir pegada a un teléfono. Mi sonrisa hablaba por sí misma cuando me despedías con un beso en la frente y esas dos palabras que sonaban diferente cuando las pronunciabas tú. Esos labios gruesos que tantas veces me habían callado.

Recuerdo detalles insignificantes que ahora adquieren sentido. Pero no me acuerdo de cómo volver a amar. Ni siquiera sé si podré volver a querer a alguien como te quise a ti. Y ahora me encuentro como un niño pequeño cuando empieza a dar sus primeros pasos. Inestable. Voy tanteando la vida, evitando pensar que una vez lo tuve todo en la palma de mi mano, pero se me deslizó entre los dedos. Te soy sincera. Daría lo que fuera por poder corresponderte. Pero no puedo mentirme a mí misma. Se me agotó el amor. Quizá esto murió mucho antes de que tú me acusaras de matarlo. Pero no lo supimos ver. Yo volví la cara. Tú cerraste los ojos. Y te dejé queriendo solo. Y no hay momento del día que no me culpe de ello.

Recorrer las calles de nuestra ciudad aún se convierte en limón para mis heridas. No consiguen cicatrizar del todo, aunque las cure a diario. Cada esquina o cada escalera guardan momentos que quedaron encerrados en el pasado. Y al pasar reavivan mi memoria. Te mentiría si negara que sigo con mi vida. Que ya no te veo en cualquier cielo gris, que ya distingo colores. Pero soy débil cuando llegan los domingos por la tarde y escucho llover a través de la ventana. Y nos imagino como hace un par de años, con tu pecho sobre mi espalda, rodeándome y protegiéndome con tu cuerpo. Y duele. Duele infinito.

Nos separan una línea de teléfono y unas cuantas paradas de cercanías. Pero siento que estás a una eternidad. Es darme cuenta de que una de las personas más importantes de mi vida desaparece de ella. Aunque quizá sea más justo decir que te expulsé yo. Tú intentaste entrar después de varios intentos, pero yo te negué el paso. Y aun así la débil soy yo, a la que cada noche le viene la necesidad de abrir el mismo word y escribir todo lo que mis labios no han permitido pronunciarte. Tú eres capaz de decirme tu “las que tú tienes morena” tras un gracias mío que contiene mil anhelos.

Hace tiempo que se me olvidó lo que era ser feliz de verdad. Otra persona intenta ocupar tu lugar. Y una parte de mí así lo quiere. Para no tener que cargar con el peso de mi decisión, de no poder corresponder a quien más me ha querido en este mundo. Porque éramos infinitos. Y ahora de ese símbolo ya no queda nada. La nostalgia, nada más.


En noches como hoy siento que puedo escribir las palabras más tristes del mundo...

domingo, 15 de septiembre de 2013

You always hurt the one you love.

Habían pasado unos cuantos años. Diez exactamente. Y ahora volvía a tener sus intensos ojos marrones delante, mirándolo. No habían cambiado absolutamente nada. Seguía teniendo aquella pequeña mancha más clara en el iris. Le miró los labios, aquellos que había besado tantas y tantas veces. Y entonces la recordó hacía años atrás, con el pelo infinitamente más largo y algo más joven, con aquel vestido granate que tanto le gustaba. Solía sonreírlo con aquel gesto tan característico suyo. Y algo le revolvió el estómago.

Ella lo miraba fijamente, intentando ver en él algo de lo que antaño la había enamorado. Su media sonrisa seguía intacta, sus aires de tipo duro también. Pero ahora era todo un hombre. Miró disimuladamente sus brazos, mucho más hinchados. Y lo recordó hace tiempo, alzándola para subirla a la mesa, mientras la besaba intensamente. Y sintió una punzada a la altura del ombligo.

Tras unos segundos en silencio, mientras asimilaban todos aquellos años sin verse, él le preguntó qué había sido de su vida.

- Acabé la carrera, me gradué y empecé a trabajar en una emisora de radio. Fui ascendiendo y ahora soy la conductora de un programa que se emite por la noche.

Él miró hacia la puerta del supermercado, aún le quedaba tiempo. Cerró la puerta del coche y se apoyó en ella. Sabía que ahora le tocaría a él resumir su vida de los últimos diez años. Pero no estaba seguro de querer contársela.

Ella dejó las bolsas de la compra en el suelo y se retiró el mechón de pelo que le molestaba en la cara.

- ¿Qué hay de ti? La última vez que supe de ti estabas trabajando en aquella tienda.

- Sí, eso duró poco. Luego... Las cosas se complicaron y desde entonces he trabajado en todo lo que me ha ido saliendo.

Mientras decía esa frase se dio cuenta de todo aquello que ella le advertía cuando no era más que un niño. De que tenía que estudiar y labrarse un futuro. Entonces le parecía algo muy lejano. Ahora entendía la importancia de aquellas palabras. La miró de nuevo y pensó en su vida actual. Había seguido exactamente los mismos pasos que le maldijo ella, cuando enfadada y con lágrimas en los ojos, le gritó que no quería saber nada más de él. Y volvió a recordar las razones de la decisión que provocaron aquellas lágrimas. Nunca habría sido un hombre adecuado para ella. A pesar de las advertencias de todos, decidieron luchar por estar juntos. Pero las dificultades cada vez eran más grandes y no acababa por encontrar la forma de estar a su altura. La decisión de abandonar era la mejor opción, al menos para ella, aunque no lo entendiera en aquel momento. Pero algo le seguía doliendo en lo más profundo. La había dejado marchar, y era consciente. Unas lágrimas asomaron a sus ojos. Miró de nuevo hacia la puerta del supermercado. Se había acabado el tiempo.

Ella, extrañada ante la emoción repentina, miró hacia el mismo lado que él. Vio cómo dos niños pequeños correteaban y chillaban. Una mujer mal arreglada, con el pelo enmarañado y cara de estar agotada, los reñía mientras sujetaba con firmeza la compra. Se dirigían hacia los aparcamientos donde estaban ellos. Uno de los niños echó a correr y con una voz chillona empezó a llamar a su padre. Le costó un par de segundos asimilar aquella escena. Le dedicó una última mirada, confusa y sorprendida. Se encontró con los ojos de él y unas cuantas lágrimas corriendo por sus mejillas. Y él solo supo decirle lo que nunca consiguió:


- Lo siento...



Y si rompí tu corazón anoche 
es porque 
te amo más que a nada.

martes, 10 de septiembre de 2013

No estás, pero tampoco te has ido.

Esta es la vez número quince que me prometo a mí misma alejarme de ti. Y la dieciséis que vuelvo a pensar que no soy capaz. Hace nueve meses que caí en esa media sonrisa y tres que me desengañé de ella. Ya no te veo cada vez que cierro los ojos, no se puede ver algo que no está. Simplemente te miro y veo a aquel que una vez fuiste. Con la mirada fija y las manos metidas en los bolsillos.

Dicen que ante cualquier situación solo puede haber dos resultados: que sea un bonito recuerdo o una buena lección. Yo elegí las dos, y ahora no me queda ninguna. No sé si son tus pocas ganas de luchar o mi indiferencia. Lo que sé es que la incertidumbre no perdura para siempre, al igual que tu arrepentimiento pasajero. Tras dos perdones seguidos, ya no existe un tercero.

El invierno nos encendió y el verano llegó a enfriarnos. Quizá sea verdad que no pudimos saltar el muro que separa nuestros mundos. Que cada uno está en su lugar por algo. Que los motivos que hicieron que nuestras bocas se juntaran están haciendo que nuestros corazones se separen. Te conozco tanto que me da miedo descubrir que de verdad este es tu límite.

Mientras, yo sigo queriendo no quererte, aunque cada noche mi cama diga lo contrario.


Olvidar que no estás y aceptar que tampoco te has ido.




lunes, 29 de julio de 2013

Lo que mi voz dijo un día.



A veces pienso si realmente vale la pena salir de aquí. Ya son nueve meses dentro del vientre de mi madre y estoy demasiado cómoda. Además, el hecho de saber lo que me espera ahí fuera disminuye mis ganas de conocer el mundo. Bueno, tampoco voy a ser demasiado dramática. No peso ni tres kilos y ya me comporto como si fuera adulta. Deben ser los efectos sedantes del cordón umbilical. Lo que os iba a contar, que me voy por las ramas, es un secreto que todo el mundo conoce pero del que nadie se acuerda. Yo, criatura a la que le quedan horas e, incluso, minutos para nacer, puedo permitirme recordároslo. Haced memoria. ¿No os ha pasado alguna vez que tenéis la sensación de haber vivido ya algo? Sí, eso que los expertos llaman déjà-vu. Pues bien, no os creáis nada de lo que os expliquen mediantes teorías científicas. La verdadera razón de tener esas extrañas experiencias es porque de fetos ya sabemos todo lo que va a pasar en nuestras vidas. Ya me imagino las caras que estáis poniendo, pero es totalmente cierto. Aunque no lo recordéis, vosotros también os habéis encontrado en mi situación. Por ello, algunos no querríais salir de la inmensa barriga de vuestra madre y otros, sin embargo, estaríais deseosos de ver la luz.

En mi caso, mi vida no es muy diferente a la de una persona normal. Con sus dificultades, eso sí, pero relativamente cómoda. Voy a un colegio de mi pequeña ciudad, con mis amigos de la infancia y así voy creciendo inocentemente. La vida pasa así, entre comidas ricas y otras no tanto, golosinas, juegos de niños y deberes. Mi aspecto va evolucionando, al igual que mi cuerpo y mente. Mi alrededor también cambia, de manera lenta. Y por fin llegan más amigas, las salidas, el primer amor real y la danza. Y, cómo no, el estudio intensivo. Selectividad y las decisiones de la universidad. Aquí comienza verdaderamente el cambio radical. Una nueva ciudad, concretamente la gran capital, y una forma de vida distinta. La nostalgia y la melancolía del olor de mi casa desaparecen progresivamente según van pasando los años. Nuevas amistades, otras que se conservan y muchas más que se apalancan en el pasado. Sin embargo, mi personalidad y mi carácter siempre me acompañan, a lo largo de mi existencia.

Interesante, ¿verdad? Me gustaría seguir desgranando cada trocito de mi estancia en el mundo, pero creo que ya oigo la respiración agitada de mi madre y sus contracciones. Me está llamando. Qué prisa tiene, si aún me queda mucho por vivir. Aunque es una pena que en cuanto salga ahí fuera ya no me acuerde de nada, a excepción de esos maravillosos déjà-vu que nos recuerdan de dónde venimos. Tendré que empezar de cero, qué remedio. Bueno, allá voy. ¡Deseadme suerte!

lunes, 4 de marzo de 2013

En diferido


Vivimos demasiado rápido. Corremos hacia todos lados, aún sin saber hacia donde vamos. Recorremos las calles mirando al suelo o a la pantalla del móvil. Comemos y bebemos deprisa. Dormimos poco. Hacemos planes perfectamente estructurados. No dejamos de teclear.

Olvidamos el encanto de una sonrisa desconocida a la vuelta de la esquina, el olor del café o el aire de la mañana en la cara. No dedicamos tiempo para desperezarnos con calma, o posar la mirada en los ojos del que se acaba de cruzar. No nos damos cuenta de que justo en el momento en que atiendes al whatsapp, está sonando tu canción favorita en la radio. Ya no escuchamos la lluvia golpear en el alféizar de la ventana mientras permaneces tumbado en la cama. No saboreamos los besos, ni disfrutamos del placer de un buen abrazo. No diferenciamos los matices de las caricias.

 No dejamos lugar a la improvisación de una tarde de domingo. Hace tiempo que no escribimos nada personal a mano, ni siquiera sabemos la letra de quien está a nuestro lado. Ya no memorizamos ni el número de teléfono de esa persona tan importante. Ni registramos el timbre de su voz. Olvidamos el significado de la palabra disfrutar si no viene acompañada de una copa.


Vivimos en diferido. 




Y olvidamos lo bonito de la vida.



jueves, 28 de febrero de 2013

Una vez alguien escribió esto...



"Amistad.
Inconsciente complicidad, automática simpatía, instintivo afecto, desinteresado interés.
Involuntario sentimiento.

Sin embargo, como propiedad humana, no goza de perfección alguna. A veces nuestra propia testarudez e ignorancia hace que se tambalee. Nosotras, que analfabetas erramos y nos equivocamos en nuestras decisiones decidimos abdicar de inmediato de nuestro trono de soberbia gracias a un siempre presente insomnio de culpabilidad.
Sí, se tambalea, cual acróbata, pero nuestra red fuertemente entretejida por años y experiencia es mucho más fuerte que cualquier malla de circo. Estoy convencida.

Es por ello que, aunque nuestros caminos se bifurquen, vosotras me persuadís día a tras día para seguir siendo AMIGAS EN LA DISTANCIA"


Y ese alguien desapareció.

martes, 19 de febrero de 2013

Fold it.


La ciudad continúa su ritmo. Y ellos, en aquella pequeña habitación se mantienen la mirada. Ella, demasiado frágil, contiene las lágrimas y aprieta los labios. Él, con las manos en los bolsillos adopta un gesto neutro, mostrando la mínima expresión posible. Se miran, pero no se reconocen.

Las manecillas del reloj de la mesilla suenan cada vez más fuerte y su sonido se hace con el silencio de aquellos minutos que duran una eternidad. Por un momento pierden la noción del tiempo y analizan aquello en lo que se fijaron esa lluviosa tarde de noviembre.

Los ojos de ella ahora están tristes, nada que ver con la mirada expresiva de aquel día. Y su sonrisa está oculta bajo esos gruesos labios que se mantienen firmes, intentando temblar lo menos posible. El magnetismo de él se ha evaporado, quizá en la boca de otra. Y se quedan ahí, frente a frente, con un abismo de separación. Tan diferentes, tan incompatibles.

Ella siente un nudo inmenso en la garganta, no le deja respirar y apenas es capaz de contener el llanto. Y desvía la mirada. Un escalofrío le recorre el cuerpo y se acuerda de los consejos que nunca quiso escuchar. De los dos mundos. De la barrera invisible. Pero también se acuerda de esas manos entrelazadas al borde de la cama y de las palabras que aún le sonaban extrañas.

Y entonces le devuelve la mirada. Él sigue inmóvil, en la misma posición y con esa expresión tan fría impropia de él. ¿Cuándo dejó de ser aquel chico de hace un par de meses? Esos ojos tan carentes de significado ahora le hacen daño. Como dardos que se clavan en su pecho. Ya no puede contenerse más y echa a llorar. Se abraza a sí misma y se deja caer al suelo.

Él se inclina hacia ella y le levanta la cabeza por la barbilla. Pero ella no quiere su compasión, no le vale su interés de alquiler. Le aparta la mano con rabia y aprieta los dientes. Se ha caído. Y no quiere levantarse. 


No con él. Ya lo hará sola. Algún día... 


miércoles, 13 de febrero de 2013

Non plus.

"Amor" o la historia de cómo afrontar las dificultades junto a la persona que has elegido. Coges las palomitas, te acomodas en el asiento y te preparas para resistir los latigazos emocionales que vas a recibir durante dos horas. Te golpea directamente desde la pantalla, mostrando la cruda realidad, sin adornos. Y entonces te das cuenta de lo difícil que es aquello que llaman amor. 

Hay 7 mil millones de personas en el mundo. Una de la que te enamoras. Y de la que debes ser correspondido. Si ya es difícil eso, que dure lo es aún más. Y que perdure para siempre es casi imposible. Toda una vida para encontrar a la persona adecuada. Pero, ¿existe esa persona adecuada? 

Muchas personas sufren por un (des)amor, pero pocas conocen lo que es ser realmente amada. Y es en este caso cuando realmente se sufre. No se puede explicar con palabras el dolor que se siente al no poder corresponder a aquella persona que daría hasta la vida por ti. Lo diste todo, te abriste por completo, pero el amor se apagó, lentamente y sin avisar. Y buscas olvidar que nadie va a volver a quererte de la misma manera, que has desplazado de tu vida a quien más te ha amado. Y sabes que acabarás enamorándote de nuevo, de alguien que no daría ni la mitad por ti. Este es el dolor más inmenso. 





Espero no llegar a ser nunca Anne, porque George ya no está en mi vida. 

domingo, 3 de febrero de 2013

Tan solo necesitaba su sonrisa para iluminar el mundo.


Entre toda aquella gente parecía frágil. Sentada en el borde de aquel enorme sofá miraba al tumulto concentrado en esa habitación. Eran tan diferentes a ella… Las chicas, casi todas con vestidos cortos y tacones de vértigo. Ella, con unos jeans ajustados y una camiseta de tirantes. Esta vez sí se había puesto tacones, para intentar pasar un poco más desapercibida. Pero tratándose de ella, era una misión imposible. Sus ojos color caramelo remarcados con el eyeliner y el rímel, cautivaban a aquel despistado que se quedaba mirando dos segundos más de la cuenta. Su pelo largo y castaño contrastaba con su aire inocente, dándole un toque irremediablemente sensual cuando se lo acomodaba a un lado del cuello. Su cuerpo tampoco podía pasar desapercibido. Sus curvas de lady hacían que un simple vaquero y una camiseta resaltaran más que cualquier vestidito de las chicas de su alrededor. Pero lo que realmente la hacía especial era esa mueca que dibujaba con sus labios carnosos. Con una única sonrisa era capaz de parar en seco a cualquier hombre que se cruzara con ella. No había manera exacta para describir las sensaciones que producían ese mágico gesto que, por suerte, lo mostraba muy a menudo.

Sin embargo, en medio de esas personas desconocidas no se sentía lo suficientemente cómoda para sonreír sin ningún motivo aparente. Su único motivo y por el cual había llegado allí había ido a fumarse un cigarro. Ladeó la cabeza intentando buscar su silueta, todo lo que sus miopes ojos le permitían enfocar. A lo lejos, divisó su inconfundible figura. Una espalda ancha, y un torso firme, escondido bajo un jersey de lana gris. Sus vaqueros desteñidos y sus botines le daban aun más ese aspecto de tipo duro inherente a él. En su mano sostenía el tabaco, mientras espiraba humo de la manera tan natural con que los fumadores habituales lo hacen. Hablaba con una chica un poco más alta que ella, una de las que llevaban esos ridículos vestidos apretados y un maquillaje estridente, a pesar de que ni su cuerpo ni su cara lo permitían. Él parecía forzado en mostrar atención a lo que la muchacha llamativa le contaba. Aparentemente aburrido, giró su cabeza y sus miradas se cruzaron. Ahora es él el que esboza una sonrisa. Y a ella se le paraliza el corazón.

A su mente le viene de repente el primer día que le vio y aquel arqueo de cejas que se le quedó grabado. Y cae en la cuenta de lo radicalmente diferentes que son. Mira a su alrededor de nuevo. No está acostumbrada a nada de esto. Este no es su mundo. En su ambiente, las chicas llevan elegantes atuendos, se maquillan de una manera sutil y hablan discretamente y, por supuesto, no bailan de esa manera. Siente que está entre los dos mundos, perdida. Divisa la mesa donde están las bebidas y se acerca a por un vaso. Se sirve un gin tonic y le da un sorbo largo. Esta noche no quiere pensar. Lleva mucho tiempo dándole vueltas a cosas inútiles que no tienen solución aparente y desea dejar su mente en blanco. Le da otro trago. Esta vez más largo. Sin darse cuenta ya se ha bebido la mitad de la copa. Un chico se acerca a hablarle y ella, esquiva, se da la vuelta sin dirigirle la palabra. Repite el proceso con los otros tres chicos más que han reparado en ella.

Tras dos copas más en tan solo un cuarto de hora, su vista no enfoca más allá de dos metros. El cuarto chico le arrebata la copa sin mediar palabras. Ella se da la vuelta, dispuesta a reprender a ese insolente. Pero se topa con unos ojos marrones que la miran fijamente. Esos ojos marrones.

-          No sabía que bebías… y menos de esa manera

-          ¿Y por qué no voy a poder beber?

-          No es que no puedas, es que no te pega

-          Pues yo quiero que me pegue. Aquí desentono si estoy sobria. Dámela.

Él aleja aún más el vaso de su alcance. Y acerca su cara a la de ella.

-          ¿Y qué hay de malo en ser distinto?

-          En que parezco una mosquita muerta entre todas estas mini faldas

Él estalla en carcajadas.

-          A mí me gustan las mosquitas muertas

Ella entorna los ojos para poder ver con claridad. Se siente mareada y su cabeza empieza a darle vueltas.

-          Pues yo me siento estúpida. ¿Para qué me traes aquí si no quieres que me comporte como una de ellas?

-          Para que les demuestres que no hace falta ser como ellas. A ti no te hace falta ponerte esa ropa, ni insinuarte. Basta con que sonrías como me hiciste a mí aquel día.

Aun más mareada, aprieta los labios y hace una graciosa mueca de falso enfado. Nunca se acostumbrará a las maneras de este chico. Duro y sensible a la vez, seguro de sí mismo, con un atractivo indiscutible. Él esboza una sonrisa sincera y le guiña un ojo.

-          Mejor, pon esos pucheritos que como sonrías aquí dentro tengo que pelearme con unos cuantos.

E irremediablemente, sonríe. Como tan solo ella lo hace. Él deja la copa en la mesa y la atrae hacia sí. Huele a tabaco y a su peculiar perfume. Y por una vez se olvida de todo lo demás. De que está en medio de gente de la que nunca formará parte. Por suerte. Y se pierde en el mareo de su beso. Frágil pero decidido. 

lunes, 28 de enero de 2013

M de reproche.


Anochece al otro lado de mi ventana. Y mi mirada se pierde en la nada. A través del cristal se esconde todo aquello que una vez tuve. Mi ciudad, sus calles y sus colores. Pero ya no respiramos el mismo aire. Contuve la respiración durante demasiado tiempo y ahora espiro tan solo aquello que no llegamos a consumir.

 Siento la nostalgia del pasado. Esa melancolía que me paraliza para, segundos después, escapar por mis ojos. En forma de lluvia. Gotas que corren por las mejillas, brillando a contraluz. De esa lámpara que recuerda tanto. En forma de imágenes de medianoche. Y que ahora está apagada.

Y me doy cuenta de que el frío todo lo complica. Quizá sean mis pies helados en la cama, darme la vuelta y no encontrar aquellos brazos que me protegían la noche. Esas pupilas clavadas en las mías. Un beso en la cabeza y su respiración en mi nuca. Ardíamos por dentro y nos quemábamos los labios, a pesar de que fuera se congelara el mundo.

Hoy la que se congela soy yo. Y me pregunto en qué momento todo cambió. Cuál fue el punto exacto en el que mi cama dejó de llamarte, aunque siga extrañándote los domingos. Mi cuerpo se tambalea y me agarro a quien me sujete firmemente. Pero mi nuca aún no se acostumbra a la falta de tus labios. Ese perfume sigue encerrado en una caja de cartón y los restos de algo que una vez sucedió están repartidos por la habitación.


Quizá no sea bueno mirar al cielo las noches 

de luna llena. 



Con la M de mi nombre...

miércoles, 23 de enero de 2013

Cenizas.

Como dos desconocidos que no saben cómo tratarse. Como si cuatro años hubieran desaparecido de repente. Y solo quedaran los restos de lo que un día fuimos.

Me paro a pensar y no encuentro el punto exacto en que nos descarrilamos. Quizá es que en la vida real no existen puntos de inflexión definidos. Todo ocurre deprisa y sin avisar. Nos pilla desprevenidos e indefensos.

Cierro los ojos y la duda me invade por un segundo. Parece que fue ayer cuando me di la vuelta y le sonreí por primera vez. Luego abro los ojos y siento que ha pasado una eternidad. Agridulce contradicción.

Y soy sincera. Nos echo de menos. Cuando éramos felices. Cuando él me completaba. Cuando un simple beso era suficiente. O una media noche a duermevela con ese olor que ya se está evaporando.

Ahora nada es suficiente. Ni su espalda ni mi sonrisa. Y solo quedan las cenizas de lo que antes era fuego. Dispuestas a que alguien las recoja y les dé un sitio. Pero aún es demasiado doloroso. Y yo ya no soy tan fuerte como antes.

martes, 8 de enero de 2013

So special.


Me llevó un tiempo darme cuenta de aquella mentira. Esa de que tenemos nuestra otra mitad en algún lugar del mundo. 

Por fin aprendí que no necesitamos a nadie para estar completos. Ya tenemos dos piernas, dos brazos y un corazón con las dos mitades para nosotros solos. Que no es bueno depender de una única persona en los tiempos que corren.

Una ciudad diferente, experiencias dolorosas y un corazón sin respuestas. 

Cuando ser fuerte no es una opción, sino una necesidad. Cuando no queda otra que sostenerte a ti misma. Y aguantar la mirada. Y las ganas de llorar. Es entonces el momento de abrir los ojos y mirar hacia adelante. Puedes caminar sola. No se necesitan hilos de títeres que nos dirijan el camino. 

Y me acuerdo de aquella teoría con olor a cloro y a hierba mojada. Otro tipo de complementariedad. Es más bonito encontrar a una persona a la que ceder esa mitad que muchos dicen que nos falta. Y que tú recibas su otra mitad.

  Que la vida ya es demasiado complicada y el camino largo, como para preocuparse por una parte de nosotros que ya tenemos. Desde que aprendimos a tomar decisiones, a elegir nuestro camino. 


Somos una unidad. Enteros. Únicos.


jueves, 3 de enero de 2013

How you remind me.


Siempre hay una persona que te marca para siempre. Esa que te araña el corazón y se lleva una parte de ti. Aquella que daría todo, con los ojos cerrados y el alma en la mano. Daría la vuelta al mundo con solo oír tu voz. Su recuerdo permanecerá siempre en un hueco de tu memoria y jamás lo desplazará nadie. Porque nadie te querrá tanto como él.

Ya ha pasado algo más de un mes. Un tiempo de silencio y reflexión, en el que era imposible canalizar las emociones en unas cuantas líneas. No cabían ni en mi cuerpo. Me invadían la mente y todos los sentidos. Y es entonces cuando te sientes inútil y perdida. Todo tu mundo se derrumba en un instante, aquel que construiste durante tanto tiempo y con mucho empeño. Todo estaba meticulosamente pensado. Planeado. Y llega el momento. Y te caes al abismo. Así lo ves todo, negro.

Las personas que realmente te quieren te tenderán la mano y te ayudarán a salir de ahí. Otras se darán la vuelta y desaparecerán de allí. De tu vida. Es el momento perfecto para darte cuenta de quién estará de ahí en adelante compartiendo tu día a día. No solo tus alegrías, sino también tus miedos e inseguridades. Algunas llevan contigo desde que abriste los ojos. Otras aparecieron hace no mucho y ya han demostrado que han venido para quedarse.

 Y es aquí cuando descubres que las palabras no valen para nada. Que únicamente cuentan las acciones, la llamada inesperada, la mano que te seca las lágrimas, el chupito compartido o el simple mensaje. De esto aprendes que siempre puede haber una mayor decepción, un dolor más intenso o una despreocupación más cruel. Pero también hay corazones que te apoyan, ojos que te entienden y abrazos que te ofrecen un poco de protección. Y aunque estás sola en esto, puedes contar con aquellos pocos hombros que se han quedado. A tu lado. Eso vale más que mil palabras y compensa las promesas frustradas.

Si he vuelto a ser capaz de poner el dedo en la herida y escribir, es porque necesitaba intentar plasmar lo que una vez esa persona hizo por mí. Me amó con todas sus fuerzas. Y aún lo sigue haciendo. Me protegía, valoraba y respetaba. Me hacía la vida un poco más sencilla. Me levantaba cuando me tiraban al suelo y me secaba las lágrimas con el dorso de la mano. Siempre tenía una palabra amable para mí. Sus ojos rebosaban amor y esperanza. Quizá también miedo. Miedo de perderme. Me aceptaba tal y como soy. Aguantaba mis manías y mi carácter. Solía cuidar cada detalle y robarme besos de media tarde. Las noches eran menos frías con él a mi lado. Siempre supo entenderme y tranquilizarme, con un abrazo a tiempo. Su prioridad era mi sonrisa. Y quizá es esto lo que me ha llevado a sacar un poco de lo que llevo guardando estos días de ausencia. Una canción en una página apenas conocida. Y una nota: “sonríe, nunca dejes de hacerlo”.

 Y yo sonrío. Por ti. Por mí.
 Por lo que un día llegamos a ser. Porque fuimos especiales.