jueves, 10 de julio de 2014

Rompecabezas.

A veces hacen falta noches así para encontrar las pequeñas piezas de tu rompecabezas.

Sé que no sé nada de la vida. Soy pequeña e insignificante para el gran mundo. Pero también sé que soy grande para algunas personas e importante para mi pequeño mundo. Con el tiempo mis aspiraciones descienden de altura y encuentran una meta, aunque no siempre sepan el camino a seguir. Y entonces dejo que sean mis pies los que me guíen, permitiendo a mi cabeza estar en la retaguardia.

Ya no expongo el corazón ante cualquier situación sin dejar que el sentimiento pase los filtros adecuados. Me he dado cuenta de que es absurdo intentar borrar personas de tu vida. Cada una de ellas llegaron en un momento determinado para enseñarte algo en concreto, aunque no siempre sea bueno y no lo entendamos hasta que el tiempo ha hecho su trabajo. Y quizá por eso se merezca que les dejemos formar parte de nuestros recuerdos, guardarles su sitio, archivarlos a una etapa. Y hacer colección de recuerdos bonitos y de lecciones aprendidas.

Los años me han enseñado que una sonrisa puede ser el arma más letal. Y una mirada, el inicio de una batalla perdida. Que hay te quieros que hacen funcionar la vida, y portazos que nos rompen un poquito más. Sé que llorar es el mejor desagüe del alma y que, de no hacerlo, nos ahogamos en nuestras propias penas. También creo en un destino, que juega con los encuentros inesperados y los convierte en manos entrelazadas. Creo en la magia de una noche cualquiera y en la piel erizada. Creo en las primeras veces.

Tengo fe en las buenas personas, en los asientos cedidos y en la palabra “gracias”. En las conversaciones interesantes y en las personalidades que vibran. Creo firmemente que un beso cose heridas. Y que hay caricias que maquillan cicatrices. Aún tengo la esperanza de una vida mejor, aunque solo sea en la mente de los ciudadanos. Quiero ser capaz de enfrentarme a la soledad estando acompañada. Ganar mi batalla interna. Y no solo desde fuera. 

jueves, 3 de julio de 2014

Noche superlativa.

Existen muchos tipos de amores. Muchas maneras de sentirlo y pocas de describirlo. Me pregunto si alguien puede abarcar con palabras lo que realmente significa. Si unas simples letras pueden recoger toda esa inmensidad. Quizá haya patrones que nos permitan identificarlo, saber que ya hemos encontrado lo que nos hace estar perdidos.

Aquello que pertenece a la física pero que reniega de ella. Es el estallido de absolutamente todos los poros de tu piel. La paz que se genera en un corazón que no deja de estar inquieto. Es el primer tacto de las yemas de los dedos. El momento exacto en que las bocas expiran al unísono. Son todas las caricias que empiezan en la piel y acaban en el alma. Es ir con el corazón abierto, pidiendo calma para que no se desboque.

Es aquello que nadie más puede darte, aunque no sepas exactamente lo que es. El insomnio de ver cómo duerme, cuando su espalda se convierte en el paisaje más bonito. Es aquella esfera de intimidad en la que no cabe nada más, ni siquiera más espacio del necesario. El último pensamiento antes de dormir, y el primero al despertarte. Es todo aquello que tiene que ver con la manera en que las miradas se sostienen.

Es respirar hondo y notar que el corazón está un poquito más lleno. Es su cepillo de dientes al lado del tuyo y su olor como el mejor perfume. Es tener la certeza de que no quieres mirar a nadie más. Son aquellos besos en la frente y los dedos entrelazados. Es la sonrisa que ha llegado para quedarse. Aquello que todo el mundo debería sentir, pero que nadie debería padecer.


Sigo pensando que es imposible dar forma a lo que nació sin ella. Aunque nos empeñemos en materializar aquello que transciende lo físico. Certezas de algo que es invisible pero sensible. 

Quizá sea la vida misma. O simplemente lo que siento al escribir esto.