A veces, sucede que te olvidas del resto del mundo por un
corazón medio cerrado. Solo piensas en unos únicos labios, aunque ya sea por
costumbre. Y no ves que fuera hay mil más que no tratan de mentirte. Y si lo
hacen, no con tantos adornos.
Y entonces pasa, que vuelves a respirar el olor del
cigarrillo de otra boca, a mirar a unos ojos transparentes con más humildad de
la que te ofrecía aquella mirada oscura. Y vuelves a disfrutar del aire de una
noche cualquiera de Madrid, a pensar más en ti misma. Y te das cuenta de que
has perdido mucho tiempo en la persona equivocada, aquella que no estaría
dispuesta a dar lo mismo que darías tú. A disfrutar de los hoyuelos que
aparecen cuando te ríes, a la forma de tus caderas al andar, a verte igual de guapa
recién levantada.
Dicen que las mejores ocasiones ocurren cuando menos las
esperas, que para ser feliz tienes que aprender a disfrutar de esas pequeñas
cosas. De una canción en un momento preciso, del sabor de una cerveza bien
fría, de sonrisas fugaces y miradas fijas. Que vivir es paradójicamente eso,
vivir. Caer, levantarte, saber disfrutar de tus triunfos y sacar afuera tus
fracasos, mantener a la gente que realmente te quiere en tu vida y a la que no
está dispuesta a luchar por ti, dejarla ir.
Que siempre va a haber alguien ahí fuera dispuesto a
devolverte la sonrisa que alguien te quitó.