Una foto. Tan
solo una imagen. Y medio segundo para darte cuenta de todo. De que todo ha
cambiado. Hace unos meses aún era verano, el sol tostaba mi piel y mis pies
paseaban por la arena de la playa sin ninguna preocupación. Pero el tiempo,
caprichoso, acelera el reloj cuando menos nos conviene. Y doy un paso más de la
cuenta. Y me encuentro aquí, lejos de aquella ventana que me abría un mundo
nuevo. Una ciudad con olor a ositos de gominola. A paz y tranquilidad. A tierra
mojada.
Ya ha llegado
el frío y la oscuridad. Ahora mis pies aplastan hojas secas abandonadas en la
húmeda acera. La gente pasa a mi alrededor cabizbaja, cada uno en sus
pensamientos, en sus particulares preocupaciones. Y me siento perdida. En la
enorme capital. Lejos quedan ya aquellas noches de verano, subida a los tacones
más altos, con el mundo a mi alrededor. Aún más lejos aquellas caras conocidas,
brazos que te sujetan, sonrisas que te dan la vida.
Medio segundo
más y todos esos recuerdos se diluyen. Como agua salada que corre por mis
mejillas. Está claro. Nada volverá a ser como antes. Miro la vida y me parece
distinta. Las calles tienen otro color y la música del pianista de la esquina
se ha vuelto melancólica al instante. Será que el otoño ha hecho estragos. Será
que nuestros corazones están lejos. Y se están enfriando por culpa del mal
tiempo. Pero hoy no me siento con fuerzas para calentarlo. Mejor dejo que se
congele. Solo por hoy.
Trato de imaginar calles donde nunca pude estar
Será mi afán de inventar un lugar donde te pueda encontrar