Creo que nunca sentí tal necesidad
de escribir como ahora. Aunque no me haya atrevido hasta este momento. Han sido
dos días duros, muy duros. Y el dolor ha sido tan inmenso que no puedo
describirlo con palabras. Intentaré, sin embargo, dejar que sean mis manos unas
simples intermediarias de lo que llevo dentro.
Quiero dirigirme a cuatro
personas.
La primera ya está lejos de aquí,
aunque nunca se irá del todo. Siempre ha demostrado que una sonrisa lo puede
todo, que la vida es más bonita si va acompañada de un chiste, de una risa. Me
gustaba ver cómo disfrutaba de sus hijos. Y cómo me decía “sobrina”, cada vez
que me saludaba. Siempre con una mirada cómplice, con esa juventud que alegraba
los días. Jamás imaginé que lo último que podría decirle era que ya le daría un
abrazo cuando lo viera. Y me mata saber que nunca se lo pude dar. Un último
adiós en un suspiro no me llega para darle las gracias por haber formado parte
de mi infancia y mis comienzos en la fase adulta. Por su amor y su cariño. Por
llenar en silencio el gran hueco que ahora ha dejado.
La segunda es una mujer fuerte,
muy fuerte. La vida no se ha portado bien con ella, aunque sí le ha dado a un
buen marido y dos niños maravillosos. Y una familia que jamás va a dejarla
sola. Creo que nadie puede llegar a entender el dolor que se siente cuando
pierdes a la persona que amas, al padre de tus hijos, al compañero que elegiste
para vivir la única vida que tenemos. Ayer me di cuenta de que es mi ejemplo a
seguir en la vida. Quiero ser capaz algún día de agarrar la realidad en la manera
en que lo hizo ayer ella. Mi segunda madre, la culpable de mis manías extrañas.
Que ni ella es consciente de cuantísimo la quiero y lo importante que es en mi
vida.
La tercera es un hombrecito que
estos dos días ha aguantado como un verdadero adulto. Con la cabeza bien alta y
la entereza de un campeón. Aunque por dentro estuviera destrozado. Sin
quererlo, se ha convertido en el hombre de la casa, en la esperanza de su
nombre. Siempre responsable, con la constancia de quien seguro acabará teniendo
éxito en lo que se proponga. Aún me duelen más las pocas lágrimas que ayer se
permitió soltar que las mías propias.
El cuarto y último es tan solo un
niño, que ayer dejó un poquito de serlo. Quizá lo peor de todo esto ha sido ver
la ignorancia de su inocencia. Ajeno a lo que pasaba, con su carita de niño
travieso. Será que él guarda el cariño que demostraba su padre y la capacidad
de ver el mundo a través de una broma. La vida le ha arrebatado parte de su
niñez. Tan solo le ha dejado disfrutar del amor de un padre ocho escasos años.
Creo que ayer todos aprendimos
que la línea entre la vida y la muerte es más delgada de lo que pensamos. Que
nos la pueden arrebatar en menos de lo que dura un pestañeo. Que la vida no es justa,
que era demasiado joven. Pero también que vivir es un regalo, que hay que
aprovechar cada segundo de nuestra existencia. Que la multitud de gente que se
reunió para despedirle fue asombrosa. La mejor y única manera de demostrar lo
buena persona que siempre fue, lo buen amigo y familiar que se pueda ser.
A medida que voy asimilando, mi
dolor se va transformando. Como un intruso, se ha colado dentro de mí y me hace
daño cada vez que se mueve intentando encontrar su hueco. Pero la imagen que
quiero quedarme de él es contrario al dolor. Necesito recordarle con una gran
sonrisa en la cara y el mejor de sus abrazos. Que él puede haberse ido, pero su
cariño siempre seguirá dentro de mí. Y quizá marcado en mi piel.
Adiós tito. Te quise, te quiero y te querré siempre.