El mismo
escenario. Una estación de tren. Otra despedida. Pero esta vez la definitiva.
El tren parado con los pasajeros ya acomodados. Solo faltas tú por subir. El
macuto en el suelo, miradas que se aguantan por última vez. Lágrimas tímidas consiguen
salir a la luz. Cinco minutos para el fin. Dos abrazos más y el ya clásico beso
en la frente. Media vuelta, sin verte marchar. Así acaba nuestra historia. Así
termina otro de nuestros miles de bucles. Pero ambos sabemos que ya no vendrán
más. Reconozcámoslo, somos autodestructivos.
Siempre hay
unas pocas personas en la vida en las que confías plenamente, con los ojos
cerrados. Simplemente porque sabes que te quieren, más de lo que imaginas. Y te
apoyas en ellas, más de lo que deberías. Pero, a veces, esas personas no pueden
estar ahí todo el tiempo que deseas. Porque es alargar la agonía, someter al
corazón a un estado de inquietud constante, avivar esperanzas imposibles. Y el
momento de anteponer el deber al querer, los minutos de decir el adiós
definitivo se hacen insufribles. Pasará una semana y te darás cuenta realmente
de que esa persona no está ahí, todo te recuerda a que ya no forma parte de tu
vida, que está a kilómetros de ti. Hasta entonces no sabes realmente lo que es
sufrir una pérdida voluntaria. Es querer y no poder, obligarse a uno mismo a
mirar hacia adelante. Una sola mirada al pasado puede implicar una recaída de
la que ya no estamos preparados.
La única
solución es pensar que hay que vivir el presente, el aquí y el ahora. Guardarte
en el pasado y acomodarte en un rinconcito donde ya no duela. Y solo así, con
el paso del tiempo, te das cuenta de que realmente hay más vida alrededor. Que “no
todo se acaba aunque tú acabes”. Poco a poco aprenderás a enfrentarte solo a
tus miedos. Y te harás aún más fuerte. Y, aunque nos echemos de menos, sea
cuando sea, debemos cumplir lo que nos prometimos, porque solo así
conseguiremos salvarnos. Únicamente así podremos ser felices.
Ya sabes de
sobra todo lo que queda por decir, lo que nunca nos atrevimos a decir y lo que
siempre se ha dicho. Toda esta inmensidad condensada en nueve meses. Y cinco
años más. Con los mismos y, a la vez, diferentes protagonistas. Vive, disfruta
y aprovecha tu vida. Yo, a cambio, te prometo buscar el lado positivo de las
cosas, sobreponerme a todas las situaciones y seguir siendo siempre como soy.
Con sonrisa incluida. Es una promesa. Y nuestras promesas son, como sabes,
sagradas.
Me encanta este post, sobre todo el primer párrafo, es precioso, hay que reconocer que, por mucho que duela, la distancia es un precioso tema. Un beso enorme.
ResponderEliminar