Imagina qué habría sido de nosotros si las cosas hubieran
sido de otra manera. Lo mismo ahora estaría mirando esos ojos oscuros en vez de
una pantalla de ordenador. Quizá tú habrías asentado la cabeza del todo, o al
menos no tendrías necesidad de colgar tu ego por todas las redes sociales.
Seguramente habría desafiado una vez más al mundo por estar a tu lado.
Seguiría viendo tu
cara de niño chico ante mis magdalenas y llamando a las cosas por otro nombre. No
tendrías que estar refugiándote en abrazos huecos y besos de media noche. Lo
más probable es que volviera a escuchar el acento del sur con la misma alegría
y esperaría el sonido del timbre para tirarme a tus brazos. Tu cepillo de
dientes estaría ahora mismo al lado del mío y aquellas calzonas no estarían dobladas
en el armario.
Tu respiración seguiría malacostumbrando a mi nuca y quizá
pasaras tu mano por la nueva tinta de mi piel. Recordaría cada instante los
hoyuelos que te salen al sonreír y dan fin a tu espalda. Recorrería medio
Madrid de tu mano en busca de un Taco Bell. Me pondría en guardia, con los
puños al frente, esperando a que me abrazaras. Quizá dormiría recordando el
último beso, la última caricia o el último te amo.
Quién sabe.
Pero por suerte, no hay nada más que imaginación. Tus
equivocaciones y tus miedos me dieron la oportunidad de seguir creciendo sin
ti. Me abrieron los ojos y dieron la razón a todos aquellos que no apostaron
por nosotros. Me recordaron que los hechos siguen pesando más que las palabras.
Que tu mundo y el mío jamás podrían juntarse. Y que aquel que construimos
estaba edificado sobre arenas movedizas. Tu solito te convertiste en una
casualidad más de mi vida. No quedan ya finales que hablen de nosotros dos en
una misma frase. Ni en tu idioma ni en el mío.
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