Conversación
infinita después de un largo tiempo. Y es que ya son tres años desde que
acabamos el colegio. Yo aún me acuerdo del momento exacto en que comenzó
nuestra bonita amistad. Era un día de diario por la tarde y yo estaba asomada
al balcón de mi casa con mi padre. Una niña rubia pasa por la calle, había
estado en mi clase desde infantil, pero nunca habíamos coincidido en el mismo
grupo. Un saludo. Padres que se ponen a hablar. Se mudaba una calle más abajo.
“Ahora podéis ser amigas”, nos dijeron nuestros respectivos padres. Y, aunque
nos sonó forzado, empezamos a pasar cada vez más tiempo juntas.
Teníamos 8
años. Ahora, recién cumplidos los 21 para una servidora y camino de ellos para
la rubia. Trece años. Suena a poco tiempo dicho de una sola vez. Repitámoslo
pausadamente: T R E C E. ¿Quién nos diría que después de tanto tiempo seguirían
las cosas igual? Aun cuando nos separen 500 Km. Sigues ahí. Para todo. Es
bonito ver cómo dos personas que se quieren, aunque no hablen a menudo y cada
una haya seguido caminos diferentes y alejados, mantengan la misma relación de
siempre.
Tardes tumbadas
en la cama, con los pies en lo alto, de peluquería experimental, noches en el
poli, de cuchicheos nocturnos, de rasgueos de guitarra. Canciones importantes,
paseos con el panadero, la tijerilla, el primer puntillo, una cama de 90
compartida, un abrazo necesario.
Media vida
compartida. Y la que queda.
Recuerdo el tiempo
que dejé atrás,
olor a tizas y a
tierra mojada.
Cierro los ojos y
allí está ella,
con su dulce mirada.
Su sonrisa siempre me
acompaña.
En la distancia, noto
su presencia.
Cuando yo caigo,
ella da mis pasos.
Cuando no puedo ver,
ella abraza mi
silencio.
Cualquier persona
desea recibir algo a cambio;
sin embargo, ella
nada.
La vida se
inmortaliza en imágenes,
pero vacía está sin las palabras.
No hay comentarios:
Publicar un comentario