Cuando te vi por primera vez creí en tu
sonrisa, franca y sincera. Más tarde empecé a creer en ti. Tu mirada de tipo
duro consiguió reblandecerme hasta que mis promesas de abandonar se acababan
por diluir. Me gustaba pensar que era el destino el que te puso en mi cocina.
Ahora sé que simplemente fue una casualidad más, de esas que se cuelan en tu
vida. De las que quedan en eso, en una cosa más para contar. Vueltas de la vida.
Ahora, ya no creo en nada. Recuerdo cada
uno de los consejos que nunca quise escuchar. Lo de los dos mundos y lo
diferentes que éramos. Sabía perfectamente lo que podía perder y lo que ponía
en juego. Y aun así vi algo en ti que ahora no encuentro. Decidí arriesgar y
apostar por ti. Por nosotros. Pero perdí. Y ahora te miro y no te reconozco. De
aquel chico solo quedan las fotos olvidadas y un cigarro a medio consumir.
Intento repasar las razones que una vez me
llevaron a quedarme a tu lado. Pero ya no las encuentro. O no las entiendo.
Procuro recordar a aquel que una vez me enamoró, pero se perdió entre sus
propios miedos. Ya no queda nada entre tus intenciones iniciales y tus excusas
absurdas. Ya me cansé de esperar. Contra tu inconsciencia, murió mi paciencia.
No quiero estar entre lo que éramos y lo
que podríamos haber seguido siendo. Ya me rindo. Te dejo en tu mundo, ya no
quiero mejorártelo. Tienes camino abierto a vivir tal y como en un futuro te
arrepentirás. Pero entonces será demasiado tarde.
No hay comentarios:
Publicar un comentario