Me tiré al precipicio, con el
corazón a la espera de la caída.
Pero gané.
Gané su risa y la exclusividad de
su mirada.
Tengo todo de él, sin pedirlo. Ni
poseerlo. Tan mío y tan libre.
Y, tras mil mares calmados, he
descubierto que es fácil quererle.
Tan fácil como distinguir su
sonrisa entre miles. Su voz entre decibelios. O el tacto de su yema en mi
clavícula.
Apunto a mi lista de victorias la decisión de hacer de su alegría mi bandera.
Y no hay día que no me enorgullezca de verle a mi lado.
A veces pienso que la vida no nos
quería juntos, pero el tiempo se puso de nuestra parte. Y nosotros pusimos de
la nuestra.
Y cada vez lo tengo más claro.
Quiero que sea mi descanso un
domingo atravesado, mi sofá compartido, el abrazo en el momento preciso. Mi aventura continua, mis ganas permanentes de descubrir.
Quiero ser quien primero se
alegre de sus triunfos, el hombro donde reponga sus fuerzas. Su tierra firme, la locura aún por despertar.
No concibo algo que excluya su
manera de mirar el mundo, ni mi camino sin sus zapatos al compás de los míos.
Aquí o donde sea.
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