Unas cuantas semanas después.
Personas que entran y salen de mi vida en cuestión de horas. Y me encuentro rodeada de
desconocidos que juegan a conocerme. De explicaciones sin sentido, de chupitos
sin un brindis concreto. De mareos sin un punto de apoyo, de sonrisas sin
hoyuelos. De una voz que te explica que son ocho los milímetros que una tecla
de piano desciende al ser presionada. De versiones de los Beatles y miradas que
se escapan.
Y el mundo se empeña en hablarme
de ti, pero yo no quiero escucharle. No puedo permitirme echarte de menos.
Porque ya no podría parar nunca. Medio mes evitando echar de menos las cosas
que una vez eché de más. Pero lo cierto es que te veo en cada ojos verdes, en
cada persona con tu olor, detrás de un “idiota” y en el interior del acorde de
cualquier canción. Porque he decidido volverme loca cuando tú te has vuelto
cuerdo.
Sigo sin rumbo definido, sin dejar
que mi mente asimile que te has ido. Para siempre. Me subo a un par de tacones
y salgo a comerme el mundo. Mientras, tú intentarás no encontrarme, perdido en
otros brazos. Y solo me queda fingir que eres un espejismo. Para alejarte. Aún
más. Es autoconvencerme de que ya no me haces falta. De que mis heridas están
casi cicatrizadas. Pero todo se complica cuando llega el domingo. Mojo mis
ganas de llamarte en un café de media tarde. Y solo entonces me permito
recordarte unos minutos. Como entonces te despedí, de pie en la estación, con
media vida corriendo tras de mí, con los ojos empapados en ayer. En un ayer que
hoy ha quedado olvidado.
Esta entrada es preciosa, me identifico profundamente, perfecta. Un beso <3
ResponderEliminar