Al día me cruzo con una media de
veinte personas. Mis ojos se fijan en decenas de pupilas a lo largo de un
trayecto de metro. Sostengo la mirada a cinco personas al menos desde que me
monto en el cercanías. Cientos de sonrisas se cruzan conmigo en un solo mes.
Por la calle, en el supermercado, en la cafetería. Gente que entra en mi vida
unos segundos, para luego desaparecer. A la gran mayoría no vuelvo a verlos
nunca más. A otros los veo cada día en mi rutina cotidiana. Pero se quedan en
eso, en personas que no traspasan la línea de mi vida.
Unos pocos, sin embargo, han
conseguido llegar un poquito más lejos. Alguno que otro ha llegado a despertar
mi atención, aunque sea durante apenas unos minutos. Me he sorprendido con un
bonito hoyuelo imprevisto o con unas palabras inesperadas. He disfrutado de una
buena compañía en una noche de cervezas. He brindado con alguna que otra
oportunidad rechazada. Y he esquivado promesas de papel.
Cientos de personas. Decenas de
posibles.
Pero yo me fijé en ti. En tu
sonrisa y en tu determinación. En la manera en que te girabas para escuchar uno
de mis monosílabos. Recuerdo a la perfección aquella cara de golfo con
uniforme. No pude evitar que mis ojos no pararan de mirarte de reojo. Y esperar
disimuladamente a que me dijeras algo. No quería saber de ti, pero me fue
imposible no nombrarte. Tampoco pude evitar enamorarme de tu voz. De tus maneras
de sujetar el cigarro, de tus ojos llorosos, de tus silencios cargados de
sentido.
Será que el primer suspiro del
aire de Madrid me hace echarte de menos. O que ya me acostumbré a dormir con
tus brazos como almohada. Puede ser que tenga demasiado grabada la imagen de
los mil lunares de tu espalda agarrándome por el pasillo. O el eco de las
palabras dichas en el momento preciso. Quizá sea que siempre vea tu hueco a mi
lado antes de dormir, o la espuma que le falta a cada café que me tomo. Es
posible que eche de menos el sol en tu cara una mañana de domingo, o tus besos
en la comisura de un saludo ficticio. Puede que simplemente te eche de menos y
punto.
Siguen pasando vidas por la mía.
Algunas la rozan. Otras las sorteo.
Pero ninguna se queda.
Porque ninguna de ellas eres tú.
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