Siempre hay una persona que te marca para siempre. Esa que te araña el corazón y se
lleva una parte de ti. Aquella que daría todo, con los ojos cerrados y
el alma en la mano. Daría la vuelta al mundo con solo oír tu voz. Su recuerdo
permanecerá siempre en un hueco de tu memoria y jamás lo desplazará nadie.
Porque nadie te querrá tanto como él.
Ya ha pasado
algo más de un mes. Un tiempo de silencio y reflexión, en el que era imposible
canalizar las emociones en unas cuantas líneas. No cabían ni en mi cuerpo. Me
invadían la mente y todos los sentidos. Y es entonces cuando te sientes inútil
y perdida. Todo tu mundo se derrumba en un instante, aquel que construiste
durante tanto tiempo y con mucho empeño. Todo estaba meticulosamente pensado.
Planeado. Y llega el momento. Y te caes al abismo. Así lo ves todo, negro.
Las personas
que realmente te quieren te tenderán la mano y te ayudarán a salir de ahí. Otras
se darán la vuelta y desaparecerán de allí. De tu vida. Es el momento perfecto
para darte cuenta de quién estará de ahí en adelante compartiendo tu día a día.
No solo tus alegrías, sino también tus miedos e inseguridades. Algunas llevan
contigo desde que abriste los ojos. Otras aparecieron hace no mucho y ya han
demostrado que han venido para quedarse.
Y es aquí cuando descubres que las palabras no
valen para nada. Que únicamente cuentan las acciones, la llamada inesperada, la
mano que te seca las lágrimas, el chupito compartido o el simple mensaje. De
esto aprendes que siempre puede haber una mayor decepción, un dolor más intenso
o una despreocupación más cruel. Pero también hay corazones que te apoyan, ojos
que te entienden y abrazos que te ofrecen un poco de protección. Y aunque estás
sola en esto, puedes contar con aquellos pocos hombros que se han quedado. A tu
lado. Eso vale más que mil palabras y compensa las promesas frustradas.
Si he vuelto a
ser capaz de poner el dedo en la herida y escribir, es porque necesitaba
intentar plasmar lo que una vez esa persona hizo por mí. Me amó con todas sus
fuerzas. Y aún lo sigue haciendo. Me protegía, valoraba y respetaba. Me hacía
la vida un poco más sencilla. Me levantaba cuando me tiraban al suelo y me
secaba las lágrimas con el dorso de la mano. Siempre tenía una palabra amable
para mí. Sus ojos rebosaban amor y esperanza. Quizá también miedo. Miedo de
perderme. Me aceptaba tal y como soy. Aguantaba mis manías y mi carácter. Solía cuidar cada detalle y robarme besos de media tarde. Las noches
eran menos frías con él a mi lado. Siempre supo entenderme y tranquilizarme,
con un abrazo a tiempo. Su prioridad era mi sonrisa. Y quizá es esto lo que me
ha llevado a sacar un poco de lo que llevo guardando estos días de ausencia. Una
canción en una página apenas conocida. Y una nota: “sonríe, nunca dejes de
hacerlo”.
Y yo sonrío. Por ti. Por mí.
Por lo que un día llegamos a ser. Porque
fuimos especiales.
No hay comentarios:
Publicar un comentario