jueves, 26 de septiembre de 2013

Infierno sostenido.

Hace tan solo unos meses pensaba que aquel fuego era el verdadero amor. Ahora sé que simplemente es fuego, te quema y nada más. Y tras mil batallas perdidas en campos de incertidumbre decidí chamuscarme en una cama de 90 y una cachimba a medio consumir. Aprendí que se puede sobrevivir chamuscándote un miércoles y revivir un domingo a su lado. Que sus besos me hacían tropezar, pero eran los únicos capaces de levantarme.

Sigo sin entender esa manera tan nuestra de autodestruirnos. En el fondo no somos más que dos imanes que intentan juntarse por el lado que se repelen. Puede ser que esa sea la única manera que dos personas tan opuestas puedan mantenerse (juntas). Sin pensar en las consecuencias dos pasos más allá del portal. Y, sobre todo, quizá sea el único modo de no estropear con palabras lo que creamos con caricias.

Miro a la ventana, el invierno se acerca y, con él, el frío. Puede que nuestros corazones ya estén congelados pero mi cuerpo aún lo mantienen caliente sus manos. Como una cerilla que centellea por última vez antes de consumirse. A lo mejor es un intento desesperado de mantener aquello que acabó hace tiempo. Un infierno sostenido.

Lo que sé es que quemarme es la única manera de mantenerme viva, aunque ya nos estemos quedando sin leña.

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