Hace tan solo unos meses pensaba que
aquel fuego era el verdadero amor. Ahora sé que simplemente es fuego, te quema
y nada más. Y tras mil batallas perdidas en campos de incertidumbre decidí
chamuscarme en una cama de 90 y una cachimba a medio consumir. Aprendí que se
puede sobrevivir chamuscándote un miércoles y revivir un domingo a su lado. Que
sus besos me hacían tropezar, pero eran los únicos capaces de levantarme.
Sigo sin entender esa manera tan nuestra de autodestruirnos. En el fondo no somos más que dos imanes que intentan juntarse por el lado que se repelen. Puede ser que esa sea la única manera
que dos personas tan opuestas puedan mantenerse (juntas). Sin pensar en las
consecuencias dos pasos más allá del portal. Y, sobre todo, quizá sea el único
modo de no estropear con palabras lo que creamos con caricias.
Miro a la ventana, el invierno se
acerca y, con él, el frío. Puede que nuestros corazones ya estén congelados
pero mi cuerpo aún lo mantienen caliente sus manos. Como una cerilla que
centellea por última vez antes de consumirse. A lo mejor es un intento
desesperado de mantener aquello que acabó hace tiempo. Un infierno sostenido.
Lo que sé es que quemarme es la única
manera de mantenerme viva, aunque ya nos estemos quedando sin leña.
No hay comentarios:
Publicar un comentario