Anochece al otro lado de mi ventana. Y
mi mirada se pierde en la nada. A través del cristal se esconde todo aquello
que una vez tuve. Mi ciudad, sus calles y sus colores. Pero ya no respiramos el
mismo aire. Contuve la respiración durante demasiado tiempo y ahora espiro tan
solo aquello que no llegamos a consumir.
Siento la nostalgia del pasado. Esa melancolía
que me paraliza para, segundos después, escapar por mis ojos. En forma de
lluvia. Gotas que corren por las mejillas, brillando a contraluz. De esa
lámpara que recuerda tanto. En forma de imágenes de medianoche. Y que ahora
está apagada.
Y me doy cuenta de que el frío todo
lo complica. Quizá sean mis pies helados en la cama, darme la vuelta y no
encontrar aquellos brazos que me protegían la noche. Esas pupilas clavadas en
las mías. Un beso en la cabeza y su respiración en mi nuca. Ardíamos por dentro
y nos quemábamos los labios, a pesar de que fuera se congelara el mundo.
Hoy la que se congela soy yo. Y me
pregunto en qué momento todo cambió. Cuál fue el punto exacto en el que mi cama
dejó de llamarte, aunque siga extrañándote los domingos. Mi cuerpo se tambalea
y me agarro a quien me sujete firmemente. Pero mi nuca aún no se acostumbra a
la falta de tus labios. Ese perfume sigue encerrado en una caja de cartón y los
restos de algo que una vez sucedió están repartidos por la habitación.
Quizá no sea bueno mirar al cielo las
noches
de luna llena.
de luna llena.
Con la M de mi nombre...
En teoría no hay un momento exacto, es un proceso del que no nos vamos dando cuenta (a veces no queremos verlo) hasta que un día, entonces sí, lo hacemos. Y es muy duro...
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